Cuando el universo piense por sí mismo…

Extrapolar el futuro (prospectiva) en base a los datos del presente es siempre un proceso arriesgado debido a la alta variabilidad. Cuanto más nos alejamos en el tiempo, más complejo es acertar. Y sin embargo la comunidad científica está de acuerdo en que algo muy concreto pasará en un futuro lejano.

Casi todos los investigadores que trabajan con inteligencia artificial están seguros de que un día las máquinas pensarán por sí mismas, evolucionarán y nos harán relativa competencia (entre otras cosas). Pero, además, están seguros de que surgirá algo mucho más grande, una conciencia que bien podría ocupar todo el universo, y a la que en un alarde de originalidad se le llamó singularidad.

¿Qué es una singularidad?

Singularidad, más que ningún concepto, es un término cada año más confuso debido a la afición que tienen los investigadores y divulgadores a llamarlo todo de la misma manera.

¿Un punto en el espacio de alta gravedad? Singularidad. ¿El nacimiento de las Inteligencias Artificiales? Singularidad. ¿El origen (y quizá el final) del universo? Singularidad. ¿Una variación extrema de presión en un punto? Singularidad. ¿Modificaciones drásticas en nuestra sociedad provocados por la nanotecnología? Adivinad… Y así con un par de decenas de términos homónimos.

Servidor. Si emerge una singularidad, tendrá que hacerlo de este entorno. Fuente: Edgar Oliver.

Pero sobre lo que hoy hablaremos aquí es de la llamada singularidad tecnológica, aquella que hipotetizó John von Neumann en 1958 y que viene a decir que existe un punto temporal a partir del cual las máquinas podrán mejorarse a sí mismas, adquiriendo de manera eventual una conciencia y siendo capaces de razonar y pensar. Lo que lleva a la pregunta:

Y eso de pensar, ¿qué es pensar?

Hoy día está bastante aceptado que una piedra no piensa, pero que los animales sí que lo hacen en mayor o menor medida. Y aunque parezca mentira no hay mucho más consenso que este debido a la complejidad en la definición de pensar y ese otro término tan molesto que aparece de vez en cuando para rompernos los esquemas: la conciencia.

Definir lo que es y lo que no es pensar ha sido uno de los grandes problemas filosóficos y científicos. Aunque todavía a día de hoy no sabemos definirlo, sí sabemos detectarlo y discriminarlo. Es decir, identificamos lo que no es pensar e identificamos lo que sí es pensar. Incluso existe una escala más o menos aceptada que abarca desde lo que sabemos que no es pensar y lo que estamos seguros de que sí es pensar. Algo es algo.

Raymond Kurzweil, científico especializado en inteligencia artificial (y hoy día director de ingeniería en Google), tiene una visión organizada de lo que es y lo que no es pensar en seis niveles evolutivos que van más allá de nosotros mismos. Y esta empieza con la química.

Nivel 1. Física y química para almacenar la información

Resulta complicado asignar el primer nivel de pensar (el no pensar, para más inri) a las estructuras químicas. Todos las conocemos en mayor o menor medida; probablemente, la mayoría de nosotros de pinchar esferas de corcho con palillos en el instituto, y formar con ello moléculas de agua o cristales a tamaños desproporcionados (para ser estructuras atómicas, entiéndase).

Molécula de etano con palillos y corcho plástico. Fuente: cienciaonline.com

Los cristales son un ejemplo bastante bueno para entender cómo se almacena información en una estructura atómica de una manera no demasiado aburrida. Por ejemplo, hoy día sabemos que los polos magnéticos de la Tierra se han invertido en varias ocasiones gracias a que imperfecciones de ferrita muestran direcciones diferentes en enormes cristales que crecieron a lo largo de milenios. Así, cuando los polos miraban en una dirección, la ferrita se orientaba hacia ella, quedando aprisionada dentro de la estructura hasta su descubrimiento.

Cristal de cuarzo en un crecimiento de copia de la capa anterior (con sus imperfecciones). Fuente: Stefan Schweihofer.

Además, los cristales tienen una tendencia catalogable de cabezota a perpetuarse que deja trazos de esa información que guardan, siendo más fácil que la siguiente capa del cristal se parezca a la anterior en algo parecido a un proceso de copia.

Bernard Beckett, en su novela Génesis, pone el ejemplo de la arcilla como primer sistema de almacenar información. Inconsciente, claro, ¡estamos hablando de arcilla!

«La arcilla está formada por capas de pequeñas moléculas; cada capa se pliega cuidadosamente sobre la atenrior, copiando la forma de su estructura. Así que, en realidad, al principio había un mecanismo de copia»

Luego, con el tiempo, vendría otro mecanismo de copia y transmisión de información más complejo, y al que estamos más acostumbrados.

Nivel 2. La vida como soporte de información

Los biólogos de hoy día discuten más que sus predecesores, posiblemente porque son más y hay más sobre lo que discutir. Pero mientras que los primeros biólogos discutían por qué un insecto y otro no estaban emparentados en función de la forma de su tórax, hoy día lo hacen con respecto al código que aparece en sus ordenadores. Para los amigos, ADN.

El ADN es el código que contiene toda la información sobre los organismos dentro de los que se encuentra. Algo similar a un diminuto libro de instrucciones que determina todas y cada una de las interacciones futuras con el medio, y que además aporta información de todo tipo, como la trazabilidad evolutiva.

Representación de las migraciones humanas por haplogrupos de ADN mitocondrial. Fuente: Continentalis.

Por ejemplo, gracias a estudiar un número ingente de cadenas de ADN, hemos podido representar cómo nos expandimos por el mundo hace miles de años (ver imagen de arriba).

La información que guardan nuestros genes es tan alta (y con tal densidad) que ya hay intentos de usar el ADN como soporte de información accesible. Algo que parece más fácil que sobreescribir el siguiente nivel de información: nuestro cerebro.

Nivel 3. Los patrones neurales como soporte de información (y pensamiento)

Por ahí circulan muchas preguntas abiertas a la red de redes sobre la capacidad que tiene nuestro cerebro para guardar información. Los más atrevidos llegan a preguntar incluso cuántos bytes de información se pueden almacenar, a lo que la comunidad científica responde: muchos, muchísimos. Pero no se moja con un dato certero, probablemente porque aún no comprendemos del todo cómo funciona el cerebro guardando información a gran escala.

Lejos de desconocer el cerebro, sabemos muchísimo de él. Sabemos cómo la electricidad salta de neurona en neurona, y los procesos químicos que modifican sus conductas. Pero en una analogía con un ordenador, sabemos cómo se escribe un 1 o un 0 dentro del cerebro, pero no comprendemos a qué equivalen estas cifras.

Dibujo que nos da una idea de la complejidad de la interconectividad neuronal. Fuente: Gerd Altmann.

El pensamiento, la conciencia y la memoria son sistemas emergentes. Es decir, no pueden deducirse estudiando sus elementos básicos (hasta donde sabemos, las neuronas). ¿Cuánta información requiere una idea? ¿Almacenamos en algún lugar todo lo que vemos? ¿Usa WinRAR nuestra corteza cerebral para dejarlo todo dentro?

A día de hoy creemos que pensar arranca en este tercer nivel, mientras que los dos anteriores solo guardan información. Pero lo cierto es que el cerebro es un gran desconocido, y editar (y ya puestos comprender) su información nos llevará un tiempo. Como poco, algunas décadas siendo optimistas.

Nivel 4. Hardware y software para guardar datos, y procesarlos

Probablemente, porque es un invento nuestro, tenemos más controlada esta manera de guardar información y de procesarla (pensarla sin conciencia, podríamos decir), y estamos haciendo avances constantes en este ámbito. De momento (aunque puede que le quede poco) se cumple grosso modo la Ley de Moore en los discos duros que hemos ido creado.

Hardware modular programable. Fuente: SAM Labs.

Es por tanto un sistema predecible, aunque dentro de este nivel Raymond Kurzweil incluye también la Inteligencia Artificial (una de aquellas singularidades mencionadas) que todavía no sabemos si vendrá antes o después.

Lo que sí sabemos que está pasando es que la diferencia entre biología y tecnología se está desvaneciendo, y que cada vez más expertos eliminan esa barrera que se puso a comienzo de la era tecnológica entre procesar información y pensar información.

Nivel 5. Unión entre tecnología e inteligencia humana

Aunque para muchos este tipo de iniciativas correspondan a lo más oscuro de la ciencia ficción dura, ya tenemos precedentes a día de hoy de cerebros humanos que interactúan con máquinas en diversos ámbitos.

Archiconocido es Neil Harbisson, quien escucha el color a través de su antena implantada quirúrgicamente en el cerebro, pero se han dado ya casos en todo el mundo de personas que han mejorado con un implante cerebral. Por ejemplo, esta paciente de ELA que tras ocho años de incomunicación pudo hablar con su familia.

A día de hoy los electrodos EEG son una interfaz cerebro-máquina no invasiva funcional. Fuente: Chris Hope

Por supuesto, Kurzweil tenía el Nivel 5 como algo más elevado cuando lo estructuró, un nivel de pensamiento en el que la capacidad de pensar del ser humano se viese drásticamente modificada por la tecnología en un proceso que ahora mismo puede sonar a ficción.

Algo que puede que no esté demasiado lejos en el tiempo pero para lo que sin duda tenemos que investigar mucho más.

Nivel 6. Patrones pensantes de materia y energía en el universo

Ahora sí, esta es la parte prospectiva del artículo. Esa que todavía puede ponerse en duda y en la que tiene sentido que surjan opositores que la cuestionen.

La idea tras este concepto viene de lejos, de los inicios de Internet. Allá, por la década de los 60, mucha gente estaba ilusionada con la idea de transmitir información, hasta tal punto que se planteó la pregunta «¿Y si pudiésemos usar grandes fenómenos galácticos a modo de un gigantesco procesador?».

Distintas épocas, estadios o niveles de evolución pensante. Fuente: Ray Kurzweil.

A fin de cuentas cada vez sabemos más del universo, algo que podríamos usar en nuestro provecho, como ya usamos los púlsares estables para escribir nuestra dirección espacial en las sondas Pioneer y Voyager.

Si podemos usar el universo como un gran almacén de información, ¿por qué no usar sistemas solares enteros como HUBs de datos que ocasionalmente den el siguiente salto en la evolución? Bueno, teóricamente hablando no hay demasiado impedimento. Eso sí, hasta ahora hay consenso que una estructura pensante de esta envergadura sería rápida en tiempos del universo (la información se transmitiría ciertamente a la velocidad de la luz) pero increíblemente lenta para el corto tiempo humano.

Algo que solo el tiempo podría confirmar, pero que sin duda da pie a otras preguntas, como, ¿y si ya vivimos en un universo pensante del que no somos conscientes?

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Imagen de portada| tadjart

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