El número de pasos no importa: de una cultura basada en cifras a una orientada a hábitos

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Estamos obsesionados con las cifras. Somos una cultura fuertemente dependiente de los datos, hasta niveles absurdos. Hasta hacernos daño por forzar la máquina o poner nuestra vida en serio peligro. En 2004, cuando el huracán Frances pasó por los Estados Unidos, David Walberg esperó al ojo del huracán para salir a correr y no romper su racha de hacerlo a diario.

Haberse quedado a salvo en casa habría supuesto un manchón rojo en su calendario de tres décadas sin parar. Las cifras eran la brisa en su espalda. A 50 km de su vivienda, otra brisa de 233 km/h doblaba tejados como si fuesen de plastelina, algo que no impidió correr a Walberg.

Pero, ¿cómo iba a dejar de correr, si los datos le instaban a ello? Algo similar debió pensar Gaby Cohen quien, a varias horas de ser sometida a cesárea, buscó un baño privado en el hospital para correr 12 minutos en el sitio. Alcanzó la marca de su pulsera de actividad y volvió a su cama de hospital.

Cada vez nos obsesionamos más con las cifras

Los dos ejemplos anteriores, sacados del libro ‘Irresistible, quién nos ha convertido en yonkies tecnológicos’ (2018), de Adam Alter, no son casos excepcionales. Los 10.000 pasos que marcan de forma totalmente aleatoria nuestras pulseras de actividad no tienen base médica. Pero los seguimos a pies puntillas, a veces de forma obsesiva.

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Muchos usuarios de teléfono móvil caminan a diario hasta llegar a la cifra marcada, que sube con cada nuevo récord personal. La pulsera vibra, y nuestro sistema libera dopamina. “¡Bien! Reto del día superado en cuanto a deporte, ¿qué era lo siguiente?”, pensamos mientras miramos el móvil en busca del siguiente indicador.

Hay muchas más cifras a nuestro alrededor, y no todas tienen que ver con el ejercicio físico. ¿Alguna vez te has descubierto contando seguidores, los minutos de sueño, las calorías o el número de “me gusta” de una publicación en Facebook? No estás solo. A tu alrededor, mucha más gente lo hace.

No estamos preparados para trabajar con datos brutos

Nos hemos vuelto obsesos de los datos brutos, sin procesar, como si pudiésemos masticarlos y digerirlos de manera natural. De modo que consultamos varias veces al día diversos parámetros de nuestra actividad. A alcanzarlos lo llamamos “éxito” en distintos frentes. Con frecuencia tienen el efecto contrario.

Amber Case, autora del libro Calm Technology se define como cíborg antropóloga. Es decir, que estudia cómo nos estamos convirtiendo rápidamente en ciborgs o humanos ampliados mediante cibernética. Y sin necesidad de implantes, ya que nos basta con el móvil. Tras años de estudio, reconoce que hemos llegado  a un punto absurdo con respecto a las cifras que estos muestran.

Como ya planteaba el científico Rand Hindi, tenemos demasiada fricción tecnológica, y eso nos estresa. Demasiadas notificaciones y números en la cabeza porque vivimos dentro del “tiempo cronos” de nuestros relojes. Los minutos y segundos, vaya, y el tener presente cada cifra como si su importancia fuese absoluta.

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Todo empezó con la Revolución Industrial y el tren, y ha acelerado hasta nuestro tiempo. El “tiempo kronos” es un invento moderno que evitaba que las locomotoras chocasen. Salvó muchísimas vidas, pero se inventó para las máquinas. Sin embargo, las personas lo hemos acabado adoptando porque trae ventajas frente al “tiempo kairós”.

Por ejemplo, es poco práctico concertar una entrevista de trabajo “durante el amanecer” o “a la hora de comer”. Algo de certeza está bien para evitar perder tiempo a la otra persona. Conocer el número de calorías que tiene el puñado de nueces que vas a comerte igual es menos relevante.

El problema viene cuando la cifra cobra una importancia absoluta frente a aquello que se supone sirve de indicador. Otro ejemplo: si quieres adelgazar y miras calorías (por cierto, no se recomienda), esta cifra no es más importante que tu salud física.

Tampoco lo es el número de pasos que des o cuántos días al mes hayas salido a hacer ejercicio. Si anteponemos el dato a lo que se supone que mide, corremos el riesgo de salir a correr en mitad de un huracán o hacerlo en la habitación más parir. Adam Alter lo tiene claro: “los números constituyen el camino hacia la obsesión”. Las apps tienen buena parte de la culpa.

‘Dumbphones’ y aplicaciones tontas

Que algo lleve la palabra “smart” delante no lo hace inteligente. Quizá el error provenga de asignar inteligencia a la capacidad de procesar datos. Así, si tiene un chip pensamos que ha de ser inteligente, cuando no tiene por qué. Como muestra, las aplicaciones que registran actividad física.

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Lo cierto es que son muy útiles para llevar un registro sobre nuestra actividad. Es decir, que si miramos datos agrupados por meses o años tendremos una buena perspectiva de nuestra rutina deportiva. Sin embargo, muchas notificaciones resultan absurdas, como la que hemos forzado para la ocasión (arriba).

Google Fit nos premia por superar en un minuto o kilómetro cualquier marca anterior sin importar cómo afectará a nuestra salud. Eso a pesar de que es una aplicación orientada a la salud. Si un día caminamos 50 kilómetros del tirón por una apuesta o porque huimos de un peligro personal, y en el proceso nos reventamos los pies, la aplicación no nos aconsejará parar. En su lugar, al parar nos dirá “¡Has batido tu distancia caminando!” y nos mostrará otro trofeo.

¿Necesitamos conocer la cifra exacta?

Retrocedamos unas décadas, a antes de que los smartphones fuesen inventados. Marta García Aller, autora de ‘El fin del mundo tal y como lo conocemos’ (2017), recuerda con añoranza el listín telefónico en papel con el que muchos de nosotros nos hemos criado.

El papel no ha muerto en todos los ámbitos, pero como agenda hace tiempo que quedó obsoleto. La llegada de los contactos al móvil supuso un alivio para quienes no teníamos memoria para recordar todos aquellos números. Piénsalo de este modo, ¿cuándo fue la última vez que te molestaste en memorizar el número de teléfono de alguien?

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Conocer la cifra exacta del teléfono ya no es relevante. Cuando alguien nos llama nos da igual qué dígitos ocupen en la memoria del móvil. Nos importa su nombre, y quizá su foto y empresa. El listín telefónico es uno de esos ámbitos que ha liberado espacio en nuestra memoria porque la cifra da igual. Tecnología bien aplicada.

En el caso de Fit, que el usuario sepa cuántos pasos ha dado no es muy relevante. Es más, se ha demostrado contraproducente y obsesivo. Sí podríamos, usando una capa de personalización y basándonos en el historial de datos del usuario, dar una respuesta de tipo más humana: “Eh, Marcos, ¿qué te parece si hoy salimos a correr?”.

Más rutinas y menos datos, por favor

“La tecnología calmada hace lo mismo que la tecnología pero con el mínimo coste mental posible. Porque la atención es un recurso escaso” — Amber Case.

Cuando Amber Case habla de su tecnología calmada lo hace aludiendo a varios parámetros, como la atención. Rand Hindi también, y se echa las manos a la cabeza porque las máquinas nos distraen en demasía. Marta García habla de lo que perdemos por mirar los datos, y Adam Alter está preocupado por cómo nos hemos vuelto adictos a las cifras.

Probablemente todos están de acuerdo con el periodista Oliver Burkeman. ¿Y si en lugar de centrarnos en los datos brutos nos centramos en las rutinas? Comer de forma saludable en lugar de contar calorías, escribir temas que nos apasionen en las redes sociales en lugar de contar seguidores, hacer ejercicio frecuentemente sin necesidad de saber las flexiones que hicimos ayer…

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Nos hemos vuelto tan dependientes de las cifras que las tomamos como referencia absoluta, cuando no lo son. “¿Cómo voy a correr solo 25.000 pasos? Si ayer hice 26k”, pensamos. Y en el proceso forzamos esa lesión a la que no damos tiempo a curar porque nuestro smartphone cree que podemos batir nuestra propia marca.

Seguramente sea posible pero, ¿durante cuántos días seguidos? Quizá deberíamos dejar de contar el número de pasos que damos y dejar eso a las máquinas. de una cultura basada en cifras a una orientada a hábitos. Al móvil se le da muy bien contar, llevar historiales y procesarlos. Pero necesitamos reflejar estos datos de forma que no ocasionen comportamientos dañinos.

En Nobbot | “Mucha gente inteligente se dedica a convertir la tecnología en irresistible”, Adam Alter, psicólogo

Imágenes | iStock/Sitthiphong, iStock/busracavus, Erik Witsoe, iStock/Ridofranz, iStock/SonerCdem

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