¿Cuál ha sido el papel de España en la historia del futuro?

futuro¿Cuál ha sido el papel de España en la historia del futuro? Hasta el siglo X, y con excepción de las regiones bajo dominio islámico, la Península no se diferenció de los otros territorios del imperio romano.

Pablo Francescutti, Sociólogo y profesor en la URJC

Aquí también, sobre un zócalo de creencias paganas, se alzó la estructura temporal cristiana, con su historia lineal destinada a culminar en la Segunda Llegada de Cristo y el fin de los tiempos.

No obstante, hubo una peculiaridad: el uso del libro del Apocalipsis por parte de la Iglesia de Hispania como arma contra los arrianos que negaban la divinidad de Cristo y contra el Anticristo encarnado en los árabes. Ambos propósitos inspiraron al Beato de Liébana su Comentario al Apocalipsis de Juan, una joya de la iconografía medieval que fechó el fin del mundo para el año 800. Que el cielo no se desplomase en ese plazo no disminuyó su influencia en la derrota de las herejías y en el culto a Santiago Apóstol; de ahí que se le considere el programa teológico de la Reconquista.

Valiéndose de este discurso apocalíptico, la Iglesia forjó una alianza con la nobleza feudal y canalizó las energías y la imaginación de los ibéricos en las cruzadas contra Al-Ándalus. De esa pauta se apartó la introducción en el siglo XII del milenarismo de origen transpirenaico, de mano de las órdenes mendicantes. En su estela, el franciscano mallorquín Ramon Llull imaginó en su Llibre d´Evast e Blanquerna (1283) un mundo cristiano perfecto introducido por una Iglesia renovada.

colón, mensajero del cielo nuevo

A partir del siglo XIV, los seguidores vernáculos del milenarista italiano Joaquín de Fiore –los franciscanos aragoneses, en concreto– propagaron rumores sobre un monarca que derrotaría al islam y unificaría a la cristiandad. Las anónimas Profecías de Merlín le sirvieron a la Corona de Aragón para urdir un mesianismo oficial. Continuando esa estrategia, los Reyes Católicos dieron cobijo a videntes y profetas, a quienes Fernando animaba a pintarlo como el hombre providencial que conquistaría Jerusalén e iniciaría los mil años de felicidad prometidos en el Apocalipsis. Del clima de la época da fe Cristóbal Colón, quien confundió las islas del Caribe con el Paraíso. “Dios me hizo el mensajero del cielo nuevo y de la tierra nueva de que habla el Apocalipsis de San Juan”, escribió el almirante.

Fuera de los palacios también soplaban vientos milenaristas. En Castilla atizaron el alzamiento de los comuneros que tachaban a Carlos I de Anticristo; y en Valencia animaron a las Germanías que aguardaban al Rey Encubierto anunciado por el joaquinista fray Joan Alemany; anhelos de redención social y política que fueron prontamente aplastados.

En contraste con la Europa del norte, en donde el protestantismo propició la idea moderna de futuro indefinido y sujeto a la acción humana, la Contrarreforma, con su retorno a la expectativa carismático-religiosa tradicional, retrasó su gestación. La iconografía barroca sobre los castigos del infierno, los premios celestiales y el Día del Juicio Final fue puesta al servicio del status quo. Y las manifestaciones proféticas de Lucrecia de León y el jesuita González Galindo, entre otros visionarios, desligadas de todo programa de cambio político o cultural, acabaron sirviendo de instrumentos de las intrigas cortesanas.

«En contraste con la Europa del norte, en donde el protestantismo propició la idea moderna de futuro indefinido y sujeto a la acción humana, la Contrarreforma, con su retorno a la expectativa carismático-religiosa tradicional, retrasó su gestación»

Cabe advertir que en la Península el monopolio cristiano del futuro nunca fue total. La evangelización no extirpó las prácticas adivinatorias paganas. A estas se agregó el saber astrológico revigorizado por las tablas astronómicas elaboradas en el Toledo del rey Yahya al-Ma’mun. La pasión por la astrología se apoderó de las élites cristianas, perdurando hasta el Siglo de Oro. Felipe II, Lope de Vega y la esposa de Carlos II encargaban horóscopos en ocasión de sus natalicios, y el pintor Diego de Velázquez atesoraba en su biblioteca la Suma astrológica de Antonio de Nájera y la Isagogica astrologiae judiciariae de Juan Taisnier. En línea con el voluntarismo renacentista, nadie consultaba a los astros con la intención de esperar pasivamente los golpes de la suerte sino, como sugería Baltasar Gracián, para beneficiarse de las vueltas de la Rueda de la Fortuna.

el género utópico en españa

¿Y el género utópico? Aunque es un lugar común decir que en España no lo hubo, entre la devoción fanática y el gusto por el zodíaco se colaron Somnium (1532), el viaje a la Luna del erasmista Juan Maldonado que describe dos sociedades perfectas, una selenita y otra de indios americanos; los Diálogos (1532) de Alfonso de Valdés, el defensor de una reforma religiosa que uniría a los cristianos bajo un gobierno humanista; y el episodio de la ínsula Barataria en El Quijote, a la que Sancho pretende gobernar con los principios de la razón natural y el sentido común campesino. Pero se trataba de un utopismo política y culturalmente marginal, en el que, a diferencia de la Nueva Atlántida (1626) de Francis Bacon, la ciencia y la técnica no jugaban ningún papel en la construcción del orden ideal.

A finales del siglo XVII, un anónimo contrapuso en Descripción de la Sinapia, península en la tierra austral, un ideal republicano y comunitario al dominio del clero, la propiedad, la sangre y la moneda. En el Siglo de las Luces, los ilustrados se fijan la tarea de erradicar la astrología y otras supersticiones, sin lograr que el pueblo llano dejase de consultar a los adivinos o a los gitanos decidores de la buenaventura. Y aunque se publican diálogos filosóficos como la anticlerical Ayparcontes (1783), la recepción de los debates europeos acerca del progreso y el librepensamiento se vio retrasada por la censura eclesiástica (en un país donde la Iglesia era un puntal del Estado, criticar a la religión constituía un delito equivalente a la sedición). En retrospectiva, parece que el mayor utopismo de la época fue soñar con un Iluminismo español sin restricciones.

las cortes de cádiz y el futuro de españa

Llegamos al siglo XIXlas alusiones al mañana jalonan la lenta eclosión del liberalismo iniciada en las Cortes de Cádiz. La voz “porvenir”, constata Fernández Sebastián (2007), entra en el diccionario de la Real Academia en 1817 (“futuro” lo hará en el siglo XX). Consciente del retraso, la   intelectualidad local toma por modelo a la Europa burguesa y liberal. En 1820, el Diario Mercantil refiere una visita al país de Utopía, un paraíso del libre comercio. En 1837, el periódico El Porvenir ensalza “la felicidad de las generaciones futuras”. Gil y Carrasco compone la oda Paz y Porvenir en 1838, y en 1846, Jaime Balmes firma la Filosofía del Porvenir. La Inquisición y el Antiguo Régimen han desaparecido, pero la débil industrialización, los vestigios absolutistas y el dogmatismo religioso que tapona los poros de la sociedad ralentizan la apertura al futuro.

Los obstáculos no impidieron la entrada de los romans scientifiques de Verne y de las doctrinas de Fourier y Proudhon. El socialismo utópico, la filosofía ácrata, el positivismo y el espiritismo inspiraron al anarquismo hispano, “el ejemplo más impresionante de movimiento moderno de masas milenarista o casi milenarista”, al decir de Hobsbawm (1983:141). Impresionado por el “ideal sencillo y grandioso de una sociedad justa y libre” que los anarquistas perseguían “armados de una infinita confianza en la educación, la ciencia y el progreso”, el historiador inglés evoca un congreso libertario de 1898 en donde se escenificó “una gloriosa visión posterior a la victoria de la revolución: un mundo de altos y resplandecientes edificios con ascensores que nos ahorrarían el subir escaleras,  luz eléctrica para todo, vertederos de basuras y maravillosos artilugios caseros” (cit. en Enzensberger, 1979: 125).

Empeñados en imaginar un mundo mejor y su puesta en práctica, los anarquistas se entregaron a una febril actividad de discusión, lectura y composición de novelas que describían sociedades sin Dios ni amo: ¡Pensativo! (1885), del abaniquero Juan Serrano y Oteiza; El siglo de Oro (1890), del ceramista Marià Burgués Serra; y El amor dentro de 200 años (1932), del ingeniero Alberto Martínez Rizo, que en la Guerra Civil combatió en la Columna Durruti.

Eso se cocía en las clases populares de la España finisecular, ¿y en los estamentos cultos? Desde luego, no abrigaban nada comparable a la tecnofilia del futurismo italiano o ruso –el “Que inventen ellos” de Unamuno expresaba más bien tecnofobia–; igualmente, el escritor Nilo Fabra anticipó guerras futuras (La guerra de España con Estados Unidos, 1895); Miguel Estorch se atrevió con la travesía espacial (Lunigrafía, 1855) y Enrique Gaspar se anticipó al mismísimo H. G. Wells con su máquina del tiempo (El Anacronópete, 1887), con la diferencia de que su viajero enfila el pasado, hacia la Granada de la Reconquista. En esa embrionaria ciencia ficción participan las luminarias de la época. Azorín, Ramón Pérez de Ayala y Clarín vislumbran fines del mundo, y Joaquín Costa imagina una red de canales de riego y navegación que cambia la faz de la Península.

«Empeñados en imaginar un mundo mejor y su puesta en práctica, los anarquistas se entregaron a una febril actividad de discusión, lectura y composición de novelas que describían sociedades sin Dios ni amo»

Al fatalismo de la generación del 98 el socialista Pablo Iglesias opone su grito de batalla: ¡El futuro nos pertenece! El optimismo liberal se reanima con Ortega y Gasset, para quien “vivir es sentirse disparado hacia el futuro”. En 1912, Frederic Pujalà y Vallès inaugura la ciencia ficción en catalán con Homes artificials: el relato de la fracasada creación de una raza sobrehumana. Y entre guerras, José de Elola (Coronel  Ignotus) y el contable Jesús de Aragón (Capitán Sirius) redactan fantasías políticas, guerras futuras y aventuras con aeroplanos y submarinos, mientras Ramón Gómez de  la Serna explota el naciente temor a la radiactividad en El dueño del átomo (1928).

El patriotismo futurista preconizado por Azaña en su discurso del 17 de julio de 1931, un nacionalismo republicano, modernizador, liberal e inclusivo que tenía a Europa por norte, duró un suspiro. El humo de los cañonazos empañó el horizonte durante la Guerra Civil. Pese a la obstinación de cierta historiogra fía por reducir la contienda a un fratricidio de raigambre ancestral, un gran número de combatientes se lo jugó todo por instaurar las utopías anarquistas y socialistas, y fracasó en el intento.

VETUSTAS GLORIAS IMPERIALES

A diferencia del nazismo, que combinaba la mitología nórdica con visiones de un futuro ultramecanizado, el franquismo se ensimismó en las vetustas glorias imperiales. Los artistas desafectos abrazaron la abstracción expresionista o recurrieron al realismo social para criticar al régimen, y los intelectuales abrazaron el marxismo o las filosofías recelosas de la modernidad. La mirada futurista se refugió en los “bajos fondos” de la cultura, en los bolsilibros que atiborraban a las masas populares de imperios galácticos, villanos de folletín y tecnologías glamurosas. Escritos por Luis García Lecha, Enrique Sánchez Pascual, Juan Gallardo y otros proletarios de la pluma, se vendieron por millones sin que la historia de la literatura les dedique siquiera una nota a pie de página.

Notemos que, para eludir la censura, ambientaron sus aventuras fuera de España; y para sonar verosímiles, adoptaron seudónimos anglosajones tales como George H. White, Alan Comet o Louis G. Milk. Sin quererlo, con esos subterfugios reforzaron el prejuicio de que  los españoles eran tan incapaces de protagonizar el futuro como de imaginarlo. Estas circunstancias, sumadas a la ausencia de autores capaces de trascender al público especializado –como hizo Ray Bradbury en Estados Unidos–, impidieron que la ciencia ficción autóctona saliera de su gueto.

En la etapa desarrollista de la dictadura, los tecnócratas del Opus Dei promovieron una modernización autoritaria que conciliaba el espíritu emprendedor con la espiritualidad católica, el Más Allá con el ascenso social. Sus Planes de Desarrollo sembraron el interés por la planificación. En 1971, el Ministerio de Educación auspicia un Seminario Internacional de Prospectiva; en 1974, se realiza el Primer Simposio de Prospectiva en Barcelona; y en 1976, el Ministerio de la Presidencia crea el Instituto Nacional de Prospectiva.

En España, la única ciencia ficción masiva, la de los bolsilibros, estaba tan imbuida de la tecnofilia de la Space Opera que no cuestionaba la modernización que, a trancas y barrancas, iba poniendo el país al día

En tácita admisión de su incapacidad para ofrecer un porvenir a su imagen y semejanza, el tardofranquismo se abrió al futuro de colonias espaciales, autovías inmensas y tostadoras láser publicitado por Estados Unidos, país con el que había firmado acuerdos de colaboración nuclear y cuya campaña Átomos por la Paz acogió   con entusiasmo. En Europa Occidental ocurría lo mismo: “el debilitamiento de la imaginación futurista y del pensamiento utópico creó un vacío que fue colmado por las fantasías generadas por las marcas comerciales y las industrias culturales de origen estadounidense”, señala Daniel Innerarity. En la posguerra, el Viejo Mundo, el inventor de la  utopía y de la anticipación científica, se decantó por la crítica neorrealista del presente y por la exploración modernista de la memoria, cediendo su imaginario a los americanos, cuya industria cultural supo reciclarlo y exportarlo con su marchamo al resto del planeta. En España, la única ciencia ficción masiva, la de los bolsilibros, estaba tan imbuida de la tecnofilia de la Space Opera que no cuestionaba la modernización que, a trancas y barrancas, iba poniendo el país al día.

DEMOCRACIA Y FE EN EL FUTURO

El otro faro del porvenir lo representaba la Comunidad Económica Europea, la meta a alcanzar a corto plazo. Como propusiera Ortega, Europa volvía a ser la solución. El optimismo se afianzó con la llegada de la democracia. En Londres resonaba el There is no future de los Sex Pistols, y en Madrid Radio Futura cantaba El futuro ya está aquí. El ingreso en la Unión Europea pareció dar la razón a la banda de la Movida madrileña. La historia nacional se aceleraba y se hablaba de recuperar el tiempo perdido. En la Expo de Sevilla de 1992, “la gran fiesta del porvenir”, España se mostró europea y encaminada al siglo XXI.

Pero la apertura al futuro era más aparente que real. Como advirtió Díez Nicolás (1980:60), “la prospectiva y la futurología no tienen buena prensa en nuestro país, ni en la política, ni en la administración ni en el mundo académico. Se confía más en la capacidad intuitiva de algún individuo que en el estudio sistemático de relaciones, modelos y tendencias”. En las esferas gubernamentales, concluyeron Sanz et al. (1999:12), “la consideración de escenarios futuros se ha realizado de forma general en modo informal, y cuando se ha producido algún ejercicio prospectivo se ha llevado a cabo fundamentalmente a través de informes de expertos o de seminarios. La elevada institucionalización de la función de prospectiva, aunque realizada de forma temprana, no ha contribuido a la consolidación y desarrollo de esta actividad en España”.

Poco ha cambiado desde entonces. En la democracia demoscópica los sondeos son la herramienta preferida para atisbar el futuro, y se gobierna a golpe de encuesta, en sintonía con la prevalencia de la táctica sobre la estrategia, del corto sobre el largo plazo.

MEJOR VIVIR AL DÍA

Los avatares de los organismos a cargo de dicha labor confirman el diagnóstico de Díaz Nicolás y Sanz. El Instituto Nacional de Prospectiva desaparece en 1982; en 1987 nace la Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva al abrigo del Ministerio de Ciencia e Innovación; y en 1997, el Ministerio de Industria crea el Observatorio de Prospectiva Tecnológica Industrial. La dispersión ministerial, la baja participación de políticos, empresarios y grupos públicos, y la resistencia consuetudinaria al pensamiento anticipador no ayudaron a que cuajaran. En 2020, se creó por mandato del Congreso de los Diputados la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia del País a Largo Plazo, dependiente de la Presidencia del Gobierno. Un año más tarde, el organismo presentó la Agenda España 2050, un escenario ideal basado en doce ejes: reducción de la jornada laboral a 35 horas; fomento de la inmigración legal; disminución del desempleo estructural; ampliación de la edad de jubilación; aumento de la presión fiscal; supresión de vuelos en los trayectos cortos; entre otros.

Siendo notable el esfuerzo de los autores por realizar un ejercicio especulativo sobre bases realistas (se limitan a extrapolar tendencias en curso), su realismo peca de optimismo, pues no contempla los potenciales escenarios disruptivos contenidos en otras tendencias. Queda por verse si este esfuerzo s avalado por las fuerzas sociales y políticas, y no se queda en un pretencioso ejercicio de relaciones públicas.

Las  retrotopías –como denominaba Zigmunt Bauman a la recreación en el futuro de un pasado imaginario– se han vuelto el banderín de enganche de los nacionalismos

A partir de 1993, la resaca de los fastos olímpicos, la crisis económica y la corrupción política ensombrecieron el humor nacional. En línea con la privatización del riesgo defendida por el neoliberalismo, la banca española y sus think-tanks avisaron con predicciones alarmistas del inminente hundimiento de la Seguridad Social con el propósito de vender sus seguros médicos y planes de pensiones. Y aunque la quiebra presagiada no se produjo, ayudaron a acrecentar la incertidumbre: en una encuesta del CIS de 2006, el 57 por ciento de los entrevistados coincidía en que “el futuro es tan incierto que es mejor vivir al día”.

Tras la recesión de 2008 crecieron las distancias respecto de la Europa próspera; la meta perseguida volvía a alejarse. Los indignados clamaron que les habían robado el futuro, y los españoles volvieron a emigrar (la emigración es un fiel barómetro de la percepción del porvenir nacional). Miguel y De Miguel  (2012) detectaron en los jóvenes una escasa consideración del pasado, desatención del futuro e inclinación por el aquí y ahora, que imputaron a la crisis económica y al rechazo de los españoles “a otear el futuro”. Rodríguez San Julián y Ballesteros Guerra (2013) retrataron una juventud descreída de la sociedad y del poder transformador de los movimientos sociales, pero que no renunciaba al progreso personal a base de suerte, esfuerzos o dilatación de sus etapas vitales: el 60 por ciento de los jóvenes mantuvo que la vida mejora permanentemente y el 57 por ciento calificó al futuro de prometedor. Desmovilizados, pero ni nihilistas ni desesperanzados, esperaban confiados que el sistema se recuperase.

IDEALIZACIÓN DEL PASADO

Agreguemos que, a raíz de la crisis económica y las fisuras en el proyecto europeo, amplias franjas de la población han sucumbido a la idealización del pasado, trátese de la Galicia celta, la Cataluña medieval, la Reconquista ibérica… Pero no estamos ante una reacción exclusivamente española; de mistificaciones parecidas han sido objeto el reino serbio, la Escocia de Braveheart o la mítica Padania del norte de Italia… Las  retrotopías –como denominaba Zigmunt Bauman a la recreación en el futuro de un pasado imaginario– se han vuelto el banderín de enganche de los nacionalismos.

Concluye Fernández Sebastián que España ha tenido un porvenir esquivo. Una madeja de condiciones ideológicas y materiales determinó el retraso de su futuridad. El auge de la astrología no impulsó la astronomía –como sucedió en otros países, donde Copérnico alternaba la confección de horóscopos con el diseño del modelo heliocéntrico–, y esto nos privó del formidable impacto que la predicción astronómica tuvo en el desarrollo de la mentalidad prospectiva.

El espíritu de cruzada desvió el anhelo de redención social que palpitaba en el milenarismo. Con excepción de comuneros y agermanados, el profetismo y el mesianismo fueron manipulados por la Corte y el clero. Y la temporalidad teocéntrica perduró hasta el final de la Edad Moderna, en parte debido a la Contrarreforma, en parte por la ausencia de una burguesía pujante, en parte por culpa de la pobre industrialización. Sin esta base sociocultural, el tiempo abstracto del reloj, la predicción y la cronometrización de las actividades –los ingredientes  imprescindibles de la concepción temporal moderna– tardaron en imponerse más de la cuenta, y a la imaginación futurista le costó cuajar.

No faltaron ocasiones de sincronizar la marcha del reino con las transformaciones de la temporalidad de la Europa avanzada. La Ilustración fue una de ellas; pero a las trabas señaladas se sumó el fortalecimiento del clero y el absolutismo y el desprestigio de los afrancesados consecutivos a la derrota de la invasión napoleónica, que debilitaron en la cuna al liberalismo español. A finales del siglo XIX se abrió otra oportunidad con el surgimiento de un estamento científico y una proto-ciencia ficción, pero fue abortada por el exilio, la ruina económica y el nacionalcatolicismo imperante tras la Guerra Civil.

EDUARD PUNSET VS IKER JIMÉNEZ

El anémico futurocentrismo ha sido otra faceta de nuestra modernidad tardía; y lo mismo se observa en otros países periféricos a la Revolución Industrial. Con todo, es  de justicia admitir que España no estuvo fuera de la historia del futuro. A partir del siglo XVIII los aires del exterior se filtraron, y los españoles se subieron al último vagón del  último tren. Pero las ideas trasplantadas no arraigaron con energía: lo prueba el raquitismo del utopismo, de la ciencia ficción y de la prospectiva de factura nacional. La cronopolítica del siglo XIX puso a España a la cola del Occidente avanzado, y, aunque ha acortado distancias, su retraso se ha mantenido. El desfase explica la falta de embajadores del mañana al estilo de Condorcet, Edison, Wells o Kahn, y la dependencia de las narrativas futuristas foráneas. Lo más parecido a un futurólogo patrio, el divulgador Eduard Punset, jamás igualó el tirón del esoterismo catódico de Iker Jiménez, y hoy fungen de augures los politólogos, los ingenieros del Big Data y los influencers, cuyos radares únicamente visualizan el futuro inmediato.

La lucha ideológica y política contemporánea es también una guerra de futuros en la que cada bando pugna por convencer de las ventajas de su porvenir imaginado

¿Es realmente tan malo carecer de una orientación futurista? A nuestro modo de ver, esa carencia favorece el fatalismo histórico y la obsesión por rebuscar en el pasado cuándo y cómo se jodió la patria. Por añadidura, estimula el cortoplacismo de un sistema político encadenado a las encuestas e incapaz de ver más allá de la próxima cita electoral; y para rematarla, nos condena a depender de la imaginación futurista extranjera y, en especial, de la gran “factoría de mañanas”: las industrias culturales de Estados Unidos.

En cierto sentido, la lucha ideológica y política contemporánea es también una guerra de futuros en la que cada bando pugna por convencer de las ventajas de su porvenir imaginado. En tal contexto agonista, la renuencia de nuestra clase política a proyectar a largo plazo equivale a una negativa a presentar batalla, y, por consiguiente, a un talante derrotista. Debido a esa dejadez nadie sale al paso de las predicciones de la banca dirigidas a justificar al recorte de las pensiones públicas, por dar un ejemplo. Con las visiones de futuro se repite la parálisis discursiva del progresismo advertida por Lakoff (2007). Cierto, el gobierno de Pedro Sánchez ha propuesto la módica utopía de la transición energética, en la cual las tecnologías verdes y los nuevos hábitos de consumo conciliarán  el capital, el trabajo y el medio ambiente. Pero se necesitarán proyectos con una superior fuerza persuasiva si se quiere recabar la adhesión de la mayoría.

la ventaja del retraso

Con todo, el retraso posee una ventaja, y es que permite aprender de los errores de los adelantados, sea de su futurismo exagerado o de su precipitada declaración de muerte del futuro. El aprendizaje nos pondrá en mejores condiciones para idear los  mundos alternativos más convenientes para la cartografía temporal que orientará nuestros pasos. A este respecto viene a cuento la serie emitida por TVE El Ministerio del Tiempo. En estas aventuras de viajes temporales, los protagonistas únicamente se desplazan al pasado. Subrayando nuestra dificultad cultural para imaginar lo que nos aguarda, nadie se interesa por el mañana: lo que obsesiona a las autoridades es preservar la historia nacional más que visualizar un futuro común. 

El día en que veamos a sus agentes viajar al año 2040 a proteger el puente sobre el Estrecho que ha integrado a España con el Magreb, o buscar soluciones en 2050 para la Andalucía calcinada por el calentamiento global –entre otros posibles escenarios–, tendremos indicios de  que nuestro modo de encarar el mañana está por fin cambiando.

Nota: después de que se redactara este capítulo, Atresmedia produjo La valla, una teleserie postapocalíptico situada en la España del año 2045. Bajo un régimen dictatorial, y en un contexto de epidemia, se desenvuelve una trama centrada en los recursos de la ciencia española para encontrar una vacuna y en la acción colectiva capaz de acabar con la tiranía e instaurar la democracia. Producida en medio de la pandemia del COVID, esta distopía con una fuerte impronta nacional prueba que un imaginario futurista propio es posible.

Bibliografía:

Díez Nicolás, J. (1970) ‘La España previsible’, REIS nº 12, pp. 59-86.

Enzensberger, H. M.  (1979) ‘Dos notas marginales acerca del fin del mundo’, Teorema, Vol. 9 (2), pp. 117-126.

Fernández Sebastián, J, (2007 ‘El porvenir esquivo. Una breve historia del futuro en la España contemporánea’, Claves nº 169, pp. 44-52.

Hobsbawm, E. (1983) Rebeldes primitivos. Ariel Barcelona.

Lakoff, G. (2007) No pienses en un elefante, Editorial Complutense, Madrid.

Rodríguez San Julián, E. y Ballesteros Guerra, J. C. (2013) Crisis y contrato social. Los jóvenes en la sociedad del futuro. CRS-FAD, Madrid.

Sanz L.; Antón, F. y Cabello, C. (1999) ‘La prospectiva tecnológica como herramienta para la política científica y tecnológica. Documentos del Trabajo del CSIC, nº 4, Madrid.

Este texto pertenece al libro Historia del futuro. Utopías y distopías después de la pandemia, publicado la editorial Comares.

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