«Vivimos en cuevas digitales donde aspiramos a encontrarnos con otros como nosotros»

redes sociales cuevas digitalesInternet y las redes sociales son espacios idóneos donde encontrar argumentos -en forma de opiniones, estudios, noticias e informes- que sirven para justificar casi cualquier convicción, incluso contradictoria o antagónica. En paralelo a esta idea, la transformación digital de las relaciones sociales ha traído consigo numerosos cambios que nos ayudan a entender este fenómeno.

Diego Rivera, Co-founder de Lennon Labs
Diego Rivera, Co-founder de Lennon Labs

El inicio de este paradigma tuvo su irrupción el día en que las plataformas online nos brindaron la oportunidad de narrar fragmentos de nuestra vida cotidiana -como si de una historia transmedia se tratara- y de divulgar valoraciones acerca de productos y servicios, dando lugar a la construcción social de las marcas. En el último año, tras la llegada del Covid-19, seguimos digitalizando espacios de nuestro entorno, como las reuniones telemáticas de trabajo.

Pero no todo han sido buenas noticias. La transformación digital ha hecho proliferar el fenómeno de las fake news. Por más que los expertos, los gestores de ciertas redes y algunos gobiernos nos advierten de los riesgos de la desinformación, nuestro estilo de vida fast nos empuja irremediablemente a consumir contenidos en “diagonal”, superficialmente -como lo hacía la Generación Hit-, lo que nos convierte en individuos más fáciles de manipular.

Seguidamente, una de las dolencias más asombrosas -por no decir peligrosas- de la digitalización ha sido el encapsulamiento de las opiniones. Vivimos en cuevas digitales donde aspiramos a encontrarnos con otros como nosotros. Voluntariamente, y casi de manera inconsciente, tendemos a rodearnos de medios de comunicación, prescriptores, líderes de opinión, seguidores, amigos y desconocidos que exclusivamente “piensan como yo”. En otras palabras, habitamos el universo online en micro-comunidades que nos dan la razón.

auto-engaño en las redes sociales

Apenas salimos de nuestra cueva digital para indignarnos por las opiniones ajenas, reafirmarnos en lo equivocados que están los demás y, en raras ocasiones, tenemos el propósito de escuchar. Preferimos echar mano de esa gran hemeroteca llamada Google para buscar argumentos, como una vídeo-noticia que deje en mal lugar a cualquiera, con el firme propósito de que no nos roben la opinión. Llamémoslo, auto-engaño.

Hoy más que nunca, practicamos una especie de sectarismo online que da lugar al efecto cápsula, es decir, considerar erróneamente un fragmento del universo -nuestra cueva- como la totalidad del mundo. Tal efecto, nos hace sentir protegidos, rodeados de certezas. Podríamos vivir 365 días al año entre titulares de nuestro agrado, grupos de Whatsapp con opiniones afines y muros de Instagram con gustos casi idénticos sobre política, parenting, moda, alimentación, series o música que nos hacen sentir únicos. Pero la exclusividad, tal y como mencioné en otra ocasión al hablar de la slow-comm, se ha estandarizado: todos somos igual de exclusivos, idénticamente distintos.

Los algoritmos contribuyen a reforzar el efecto cápsula y, en consecuencia, el aislamiento. Es lo que el ciberactivista Eli Parisier calificó como el filtro burbuja. No es otra cosa que la consecuencia predictiva que conduce a un site o red social a ofrecerte únicamente aquellos contenidos que te gustaría encontrar, en función de tus intereses y de tu patrón de comportamiento online, omitiendo datos e información que, aún siendo relevante, no encaje con tus criterios ideológicos, culturales o tu huella digital.

Se dá la paradoja de que viviendo cada vez más conectados a través de intrnet y las redes sociales, nos encaminamos hacia el aislamiento. Como si de una fórmula matemática se tratara, cuanta más presencia digital tenemos, más encapsulados nos hallamos. Y ensimismados en nuestra cueva digital, damos la espalda a la posibilidad de generar un pensamiento crítico que nos enriquezca; entre otras cosas, dudar de uno mismo no es tan malo como nos decían. Aunque nos dirigimos con acierto hacia una sociedad digital avanzada, la involución también es un paso más que posible, si seguimos dando la espalda a la tolerancia, la autocrítica o la diversidad.

Imagen de Robin Worrall en Unsplash

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