Lentitud e inutilidad para atrapar una vida que se escapa a la carrera

Pasamos de las escaleras mecánicas del metro a las cintas de producción de la fábrica virtual y, de allí, a las de correr en el gimnasio. Nos deslizamos sobre la vida sin tocarla, nuestras zancadas resultan insuficientes para mantener el ritmo de acelerados relojes digitales.

En atinada metáfora del hoy, florecen nuevos negocios basados en ruedas: de patinetes, de bicicletas que nos traen comida a la casa donde antes cocinábamos y de coches que nos llevan de un lugar a otro que es el mismo, aunque esa flecha inquieta que somos en Google Maps se desplace por la pantalla.

elogio de la lentitud

La velocidad es la nueva religión y los urdidores de chips de ordenador y aplicaciones para smartphones, sus profetas. En sorprendente pirueta ideológica, se identifica rapidez con productividad, con eficiencia, con rentabilidad…Un santoral femenino que poco tiene que ver con los logros de las mujeres a partir del movimiento #metoo, y más bien apuntala una forma de vida que fluye entre interrogantes.

Ese pasar por el mundo imaginado por un programador de herramientas de manipulación fotográfica, falseado con filtros en las redes sociales y malinterpretado con las “fake news” que triunfan en esta riada de instantes que vaticinó el sabio Heráclito hace miles de años. Un mundo que está pero no es.

Frente a esta rapidez señalada como objetivo en sí misma, el individuo se siente desvalido, sin asideros a los que aferrase para no dejarse arrastrar hacia un futuro en el que le esperan maquinas provistas de inteligencia contra las que deberá competir –en realidad lo hará con el dueño de las máquinas- por un salario cada vez más magro.

Lentitud frente a ansiedad por la prisa del reloj

¿y si ese futuro no llegara nunca?

Los expertos dicen que el 85% de los empleos que habrá en 2030 aún no existen, pero ¿y si esos trabajos nunca llegaran a existir? Imposible dudar de los nuevos chamanes así que toca apurarse para no quedar rezagados en esta competencia con los otros. En la carrera hacia ese espejismo, quizás perdamos todo aquello que hoy inclina la balanza a nuestro favor frente a nuestras réplicas de silicio, entre otras cosas nuestra capacidad para disfrutar de las horas que pasan inútiles.

Tiempo estéril dedicado a colaborar con lo inevitable, a actividades que podrían formar parte del temario elaborado por el crítico de arte Joaquín Jesús Sánchez para un taller que él define como “absolutamente improductivo”.

Entre los fascinantes asuntos incluidos en el mismo figura la lectura de enciclopedias imaginarias, el estudio de las últimas palabras que alguien realmente no dijo, la narración de historias que pudiendo ser verdaderas son falsas, las tentaciones diabólicas o el correcto uso de la cubertería y la cristalería en la mesa.

Todas ellas actividades que no llenarán las celdas –qué bien eligieron el nombre- de ninguna tabla de Excel pero que quizás nos hagan felices, sea eso lo que sea. Faenas cuyo único sentido viene dado por el sinsentido de la vida a la que solo podremos llenar de significado si nos tomamos un tiempo para sentirla, para pensarla.

Unos minutos, aunque sea, para ordenar en el pasado de las frases el inasible presente de las palabras.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

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