¿Seguro que sabes de qué color es el sol?

El sol es una gran bomba de energía, quemando hidrógeno durante milenios. Debido a su masa, la presión gravitatoria de su interior supera la repulsión electrostática entre los núcleos de hidrógeno (protones). Los aplasta hasta fusionarlos.

Cuatro núcleos de hidrógeno, unos cuantos electrones, positrones, neutrinos y fotones crean un núcleo de helio. Y la fusión del hidrógeno crea una combustión atroz: 1kg de hidrógeno libera más de un millón de veces más energía de 1kg de carbón. ¿El resultado? Luz, muchísima luz y bastante calor.  

EL COLOR DE LA VERDAD

Una luz que nosotros interpretamos en forma de líneas concéntricas de amarillo limón. Pero hay que dejar claro que es un concepto erróneo creer que el sol es amarillo o naranja. Y, sin embargo, así lo pintamos generación tras generación en los dibujos preescolares. A nuestros ojos cambia. Sin embargo, el Sol está, esencialmente, mezclado con todos los colores.

Para entender el color del sol —y, por ende, de la luz— hay que fijarse en un arcoíris. O mejor, en la carátula de aquel disco de Pink Floyd. Cada color cuenta con una longitud de onda distinta: del rojo, más larga e intensa, hasta el azul, más corta.

AMANECER ROJO

Con el alba o el atardecer, el sol parece cambiar de color hacia tonos cálidos que van desde un amarillo chillón hasta los bermellones más sanguinolentos.

Esto es porque sus colores con longitud de onda más corta, como por ejemplo verde, azul o violeta, están dispersos por la atmósfera de la Tierra. La información de los colores con longitud de onda más larga atraviesan la espesa atmósfera y llegan hasta nuestros ojos.

En cambio, cuando el sol corona nuestras cabezas, las ondas más cortas golpean las moléculas del aire en la atmósfera superior, rebotan y se dispersan. Por esta razón vemos el cielo azul y, por ende, el mar, reflejando como un espejo este tapiz. En suma, nunca vemos el sol azulado. Tampoco tendría sentido, sería una parte del verdadero color del sol.

Y cuando ya está a punto de posarse, de esconderse en la línea del horizonte, como en aquel cuadro de Monet, el sol pasa a ser una bolita naranja y el cielo vuelve a bañarse de azules, magentas e incluso violetas de distinta gradación.

ENERGÍA PARA VIVIR

A esto hay que sumar una segunda variable. No hablamos sólo de luz, también de energía. Si hacemos memoria recordaremos que ambas fuerzas están sometidas al espectro electromagnético. La luz ultravioleta, rayos X o rayos gamma cuentan con distintas longitudes de onda, algunas se encuentran dentro de la luz visible. Otras no.

Tanto la luz solar como la propia presencia del astro rey suele ser coloreado en sus representaciones habituales. El instrumental científico toma muestras que pueden arrojar imágenes con soles de color azul brillante o incluso no visible —sólo a través de rayos X—. Pero en las fotos espaciales el sol siempre aparece como un foco de luz blanca limpia, dispersándose con homogeneidad.

El sol, en definitiva, es blanco. Que lo veamos amarillo es debido a la atmósfera de la tierra. Que veamos la noche negra es causa de la ausencia de luz, que presenciemos atardeceres dorados es respuesta de los haces de luz chocando con las partículas de la atmósfera y bañándose de este color tan característico. Su luz emitida es un compuesto de todas las frecuencias de luz visibles,

Aunque esto no siempre será así. La ecuación puede desbalancearse. Como todo cuerpo incandescente, el sol emite luz en un espectro continuo de colores. Y sí, recordemos que un objeto blanco es aquel que refleja por igual todos los colores que recibe. Pero el sol morirá. Y cambiará, si no de color, sí de intensidad.

EL FIN DEL SOL

No lo veremos, porque para entonces el sol habrá habrá crecido tanto en tamaño que incluso devore la tierra. O tal vez no, pero nos habrá proyectado hacia una órbita superior. Toda la superficie terrestre será un yermo de roca fundida, un océano de lava con algunos continentes formados por la agrupación de metales. Las temperaturas subirían hasta los 2.000 ºC.

Esto sucederá porque, cuando el hidrógeno nuclear se agote, ya no quedará combustible primario. El núcleo se enfriará y el sol comenzará a colapsar. Es decir, su propia fuerza gravitatoria se encargará de comprimirlo. La pérdida de presión por radiación no desestabilizará la estrella. Aún no. Será todo el hidrógeno que rodea la capa circundante al núcleo. Núcleo y región próxima se disociarán, provocando una ingente expansión por presión de radiación. Energía nuclear en puro apogeo.

Este revivir será el causante del final de la Tierra. La luminosidad será un 30% mayor a la actual y ese brillo amarillento, tres mil veces más intenso, hará que sólo veamos ese color en toda la bóveda terrestre. Mercurio y Venus serán engullidos y su materia hundida hasta el núcleo del sol. Más metal para la siderurgia.

Finalmente, el Sistema Solar quedará hecho unos zorros. Toda la materia expulsada seguirá expandiéndose, formando nebulosas planetarias, mientras que en el centro, los restos del sol nos dejarán una enana blanca que se irá apagando cuando la última molécula de oxígeno sea consumida. Un remanente blanco (otra vez) atestiguando el poder de una vieja bombilla.

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Imágenes | Pixabay, Pexels

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