Cuando se habla de por qué la gente ha dejado de ir al cine lo primero que surge, caso inevitablemente, es el argumento de que el precio de la entrada ha subido una barbaridad los últimos años. Pero ¿es verdad? ¿es la única causa?
Lo cierto es que, a pesar de que casi se han recuperado las cifras prepandemia (periodo en el que la asistencia al cine cayó en un 40%), la crisis del COVID-19 hizo desaparecer a la gente de las salas y está costando mucho volver a llenarlas.
Eventos como la conocida Fiesta del cine y el Cine Senior, donde las entradas cuestan 3,50 y 2 euros (respectivamente) han ayudado, pero el sector de la exhibición cinematográfica vive una crisis que parece ir mucho más allá del precio de las entradas y tiene unas causas diversas como nos proponemos analizar a continuación.
¿Qué precio tiene la entrada al cine?
Ya que el precio de la entrada suele ser el principal sospechoso, vamos a hablar primero de ello. Pues bien, según la Federación de cines de España (FECE), el precio medio de una entrada en 2023 fue de 6,50 euros.
Esta cifra sería una media obtenida en base a los datos de todos los cines de España, cuyos precios varían según su ubicación geográfica, y además ponderando los precios de los días más baratos y los más caros, normalmente los fines de semana.
Es decir, se tienen en cuenta los eventos especiales como los antes mencionados más los días del espectador y otras promociones que realizan los cines en cada caso particular.
Así, podemos decir que lo más barato que nos puede costar una entrada de cine serían esos 3,50 euros, dos en el caso de que seamos mayores de 65 años —y, ojo, sin incluir posibles suplementos por proyección 3D o salas especiales tipo IMAX, 4 DX, VIP o isens—, y lo más caro serían…
Eso ya es más complicado de saber, porque las fuentes oficiales no dan esos datos. Sin embargo, podemos acudir a otras fuentes como FACUA-Consumidores en Acción, quien publicó un estudio sobre el precio de las entradas en 2021 donde, además de comparar el precio en 30 ciudades de Europa, nos dice lo que costaban en las principales capitales españolas.
En concreto, se refiere a precios de las entradas de cine durante los fines de semana, que es cuando cuestan más caras y no suele haber promociones ni descuentos. Pues bien, según sus datos, la media en 2021 fue un precio de 7,78 euros por entrada, con un máximo de 10,30 euros y un mínimo de 4,90 euros (una diferencia de un 110,2%).
Estos precios responden a los 10,30 euros que costaba una entrada de cine en fin de semana en una sala de Madrid (9 euros en el caso de Barcelona), que sería la más cara, y a los 4,90 que costaba en Las Palmas de Gran Canaria, la más barata de España.
Eso sí, este precio sería la excepción porque, ya decimos, la media sería de casi 8 euros ya que, quitando la capital insular, en ningún caso el precio bajaría de los 6 euros.
Los datos, ya decimos, son de 2021, pero no parece que hayan variado mucho. Si acaso la media puede haber bajado gracias a la aprobación, en 2023, del ya mencionado Cine Sénior, programa impulsado por el Ejecutivo para que los mayores de 65 años puedan asistir al cine un día a la semana por solo dos euros.
No influiría, sin embargo, el precio reducido de la Fiesta del cine —cuya próxima edición, por cierto, se celebra del lunes 4 al jueves 7 de noviembre— ya que esta se viene celebrando desde 2009.
La evolución del precio del cine
De todos modos, saber qué precio tienen las entradas del cine actualmente es interesante, pero quizá lo es más conocer cómo ha evolucionado en las últimas décadas. Es decir, cuánto les costaba a los boomers y a los jóvenes de la generación X, y cuánto a los millenial y a los de la generación Z.
Al menos nos parece muy interesante para tratar de valorar la influencia que ha tenido el aumento de precio en el abandono de las salas por parte de los espectadores. Pues bien, para esto recurrimos a otro interesante documento, “El precio de la entrada de cine en España”, que es una suerte de recopilación de precios reales de las entradas de cine desde 1930 a 2013.
Un trabajo colaborativo capitaneado por Luis Deltell —cineasta y profesor titular de la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM— pero surgido de la curiosidad de sus alumnos sobre un tema, el precio de las entradas de cine, que como califica el propio Deltell, “es una “materia oscura”.
Pues bien, según los datos recogidos, en el año 1986 (con la generación del Baby Boom en pleno apogeo) una entrada de cine de estreno costaba una media de 200 pesetas (1,20 euros) y en 1991, cinco años después, la media había ascendido hasta 390 pesetas (2,34 euros), cerca de un 50% más.
Otro lustro más tarde, en 2001, el precio medio de la entrada eran 700 pesetas (4,21 euros) y en 2010 ya se alcanzó la cifra de 7,35 euros, que es muy similar a la actual que, recordamos, era de 7,78 euros.
Por tanto, aunque los datos son algo inconsistentes —si echáis un vistazo al documento lo veréis claramente—, nos permiten hacernos una idea bastante aproximada de que sí, efectivamente el precio de las entradas de cine ha subido mucho en los últimos 40 años (aprox.).
Pero también podemos concluir que no, precisamente en la última década —y un poco más— el precio no ha subido demasiado. Probablemente porque la crisis del cine no se debe únicamente a lo que cuesta, sino que hay muchas más causas.
¿De quién es la culpa de que la gente no vaya al cine?
El dinero, ¿principal culpable?
La causa sería múltiple, tal y como desarrollaba en un amplio hilo de X un crítico de cine con bastante acierto:
Muchas de las soluciones que se están pontificando en Twitter para que vuelva la gente al cine… ya existen.
Y no funcionan.
Ni la tarifa plana (Cinesa tiene un plan jugosísimo llamado Unlimited), ni los días baratos (lunes, miércoles y martes para los yayos), ni…
— Randy Meeks (@randymeeks) May 28, 2024
Por supuesto el precio es una de las causas principales, pero ya decimos que no parece que haya subido tanto y, como ya hemos comentado, existen alternativas para acudir al cine en días con precio reducido.
Incluso, debido a la caída de afluencia, algunas cadenas de exhibición han creado propuestas como una tarjeta Unlimited que por 15,90 euros al mes permite ver todas las películas que queramos… y hasta nos hacen un descuento del 10% en las palomitas.
Porque sí, el precio es una causa, pero quizá más si hablamos de lo que nos cuesta ir al cine independientemente del precio de la entrada. Nadie puede negar que ir al cine un sábado con la familia y, además de las entradas, adquirir las típicas palomitas y un refresco nos puede salir por un pico.
Pero, claro, aparte de la polémica de si se debe permitir entrar al cine con comida y bebida de fuera (normalmente no se puede, pero esto es algo que según Facua resulta una práctica abusiva), lo que te gastes más allá de la entrada es cosa de cada uno.
Por otro lado, aunque los días especiales como la Fiesta del Cine hayan funcionado bien, no parece que la idea pudiera funcionar todos los días. Muchas salas ofrecen pases por precios reducidos durante la semana, y las salas están vacías porque carecen de la promoción que se realiza para que la gente acuda al cine esas fechas especiales.
Tal y como cuenta el crítico al que aludíamos, la Fiesta del Cine funciona “porque es algo social” y es necesario “encontrar un punto medio entre los 14 euros que cuesta en algunos sitios y los 3 que algunos pretenden que cueste. Porque no, no saldría rentable sin la pátina de ‘evento de cuatro días’”.
Las películas no son buenas
Para explicar por qué las salas de cine no lucen como antes se recurre también al tópico de que “ya no hay buenas películas”, y que los estrenos ya no interesan como antes.
Y aunque es cierto que últimamente abundan las secuelas, algunas sencillamente infumables, los remakes y las versiones en live action o las películas tipo franquicia, con secuelas que parecen infinitas, no parece que sea cierto que solo se hacen películas malas.
Las hay buenas, regulares y malas… Hay de todo para todos los públicos, aunque no todas sean películas estridentes, repletas de acción y efectos especiales y con una reluciente imagen en 4K que es lo que parece ser el gusto mayoritario del público.
Las historias intimistas y de calidad siguen ahí, aunque el panorama haya cambiado mucho, su público potencial ahora considere que no es necesario acudir al cine para ver determinadas películas o, directamente, las multisalas no apuesten por ellas.
La competencia del streaming
Porque uno de los grandes motivos que influyen en la baja afluencia a los cines tiene que ver con cómo ha cambiado el consumo de audiovisual por “culpa” de las plataformas de contenidos digitales como Netflix, Prime Video, Disney+, Max, AppleTV y Filmin (entre otras).
Porque, reconozcámoslo, muchas veces ir al cine no es rentable cuando sabemos que en un par de meses podremos ver esa película que nos llamaba la atención en nuestra flamante SmartTV, sin tener que movernos del sofá de casa, ni gastarnos un pastón en comida y bebida ni, por supuesto, en la película en sí porque la tenemos incluida en nuestra suscripción.
Puede pasar, incluso, que si queremos ver una película muy minoritaria apenas dure una o dos semanas en cartelera, y no quede otra que recurrir al streaming para verla.
Hace no tanto, para que pudiéramos ver la película en casa tenía que pasar un tiempo desde el estreno en cines. En los 80 y los 90, si no acudías a ver la película al cine debías esperar al menos seis meses a que estuviera en el videoclub o en venta en formato físico, y ya si decidías esperar a que la emitieran en televisión la espera podría ser de años.
Hoy día, la ventana de exhibición —que así es como lo denominan en la industria del cine— es mínima. Especialmente tras la pandemia, cuando las productoras vieron que la única manera de lograr beneficios en una época tan convulsa era estrenar lo más rápido posible en plataformas, incluso hacerlo de forma simultánea.
Esto supuso romper totalmente el sistema de distribución clásico con una clara consecuencia: lastrar la explotación de las películas en cartelera y crear un gran perjuicio a las salas de cine.
Por eso, desde la FECE abogan por que exista una ventana de exhibición de 100 días para las películas estrenadas en salas de cine y “como medida urgente y esencial para garantizar la recuperación de las salas de cine, piedra angular sobre la que se sostiene la industria cinematográfica en su conjunto”.
Por otro lado, apelan a otro efecto negativo asociado con esto: la desinformación que se vuelva sobre el espectador, “al que se le confunde con mensajes contradictorios sobre cuándo y dónde ver las películas”.
El cambio generacional
Hablábamos antes de la diferencia de precio del cine para boomers, millenials, generación Z , etc y tenemos que volver a hablar de ellos porque, está claro que las distintas generaciones tienen diferentes patrones de comportamiento respecto a los hábitos de consumo de contenido audiovisual.
Las generaciones más jóvenes “sufren” una sobredosis de entretenimiento (en buena parte por culpa de las redes sociales) y ya no son simplemente un público pasivo sino que también son emisores de contenido.
Por eso, pasar dos horas en un cine en silencio y sin poder usar el móvil no es que sea su mejor plan. Y lo de ir al cine como evento social, es algo que ya no funciona con las nuevas generaciones.
Si acaso pueden funcionar películas basadas en videojuegos, comics o sagas literarias que sean de su interés, y siempre que vengan acompañadas de campañas de maketing en las que la asistencia a ver la película se convierta en algo más: un evento social en el que hay que estar.
Por eso, aunque exija aislarse un par de horas en una sala oscura, tiene que ser algo de lo que todo el mundo hable en Instagram, TikTok o Twitch. Un buen ejemplo sería lo que pasó con ‘Barbie’, que fue todo un éxito.
Otras causas
Las anteriores serían los motivos principales pero evidentemente aún hay más cosas que pueden explicarlo. Otra por ejemplo sería el hecho de que la mayoría de los cines hayan huido del centro de las ciudades y se hayan abierto en grandes centros comerciales que, normalmente, están a las afueras de los núcleos urbanos y exigen un desplazamiento extra (con su consiguiente tiempo adicional).
Otra, por paradójico que parezca, es la costumbre de muchos cines de poner un montón de anuncios al comienzo de la proyección haciendo que el principio de la cinta se alargue hasta casi el infinito, y no se cumpla lo de que la película empieza a tal hora.
Luego podría haber mil motivos más, incluyendo por ejemplo la mala educación de quienes siguen sin entender que una sala de cine no es el salón de casa y no se debe hablar para no molestar al resto, o los que no se conforman con las palomitas y entran a la proyección cargados con una cena que devorarán ruidosamente y cuyos restos quedarán entre el suelo y la butaca.
Así, lo que puede parecer un sencillo “la gente no va a las salas porque cada vez es más caro” es bastante más complejo que el simple precio de la entrada al cine. Por eso la solución es compleja, y el futuro del cine bastante incierto. Una pena.