¡De bobo, nada! Cómo ayuda la tecnología a cuidar a los pingüinos

Cuando los exploradores europeos alcanzaron las latitudes más meridionales del planeta y vieron por primera vez a los pingüinos, no pudieron evitar sorprenderse: “¡Pájaros que no saben volar! Serán medio bobos”.

Sin embargo, no podían estar más equivocados. Al estudiarlos con más detenimiento se descubrió que su torpeza en la superficie se compensaba con una gran agilidad bajo el agua. Y que son capaces de moverse rápidamente y de deslizarse por el hielo sobre su vientre. El estudio de los pingüinos nos sirve también para conocer la salud de los océanos, ya que son muy sensibles a cualquier cambio en su hábitat. Tanto, que en la actualidad más de la mitad de las especies están amenazadas.

Para recordar la importancia de estos animales y la necesidad de proteger su entorno, cada 20 de enero celebramos el Día Mundial del Pingüino (que se repite, también, el 25 de abril).

#Penguinday

Los pingüinos son parte de esas pocas aves no voladoras, como los avestruces, los ñandús o los kiwis. En realidad, permanecen en tierra para anidar, alimentar a sus crías mientras son jóvenes y mudar el plumaje. Se calcula que tres cuartas partes de su tiempo lo pasan en el agua, un elemento en el que pueden alcanzar hasta los 30 kilómetros por hora y sumergirse durante 20 minutos sin salir a respirar.

Un pingüino con su cría, que todavía conserva el plumaje..

En total en todo el planeta hay 18 especies de pingüinos que pueden llegar a ser muy diferentes entre sí. El más grande es el pingüino emperador, que alcanza un peso de hasta 40 kilos y una altura de más de un metro. El pingüino de Galápagos, sin embargo, mide unos 36 centímetros y apenas alcanza los dos kilos de peso. Es la única especie, además, que no vive en el hemisferio sur.

De estas 18 especies, cinco están en peligro de extinción y diez amenazadas, después de que numerosas poblaciones disminuyesen en gran medida durante el último siglo. Entre sus amenazas están el calentamiento global, la contaminación, la expansión de especies invasoras, la sobrepesca e incluso la caza.

La amenaza del deshielo

La Antártida es el hogar de algunas especies de pingüinos, como emperador, rey, de Adelia, barbijo, papúa o macaroni. Se trata, también, de una de las regiones que más está sufriendo las consecuencias del cambio climático. Algunos estudios señalan que el hielo se derrite hasta seis veces más rápido que hace 40 años.

Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de California y publicado en la revista PNAS bajo el título de ‘Four decades of Antarctic Ice Sheet mass balance from 1979–2017’ analiza precisamente eso, la evolución del hielo en la Antártida durante cuatro décadas. Para realizarlo, analizaron fotografías satelitales de la NASA y emplearon diferentes técnicas para calcular el balance de la capa de hielo y cómo ha subido el nivel del mar. Los resultados muestran que la Antártida pierde millones de toneladas de hielo al año, algo que resulta muy peligroso para los pingüinos.

pingüino

Estas aves necesitan el hielo para mantener su área de distribución, en la que alimentan a sus crías. Además, su principal fuente de alimentación son peces y plancton que se encuentran en las corrientes frías (motivo por el que la especie no ha subido más allá de las islas Galápagos). La presencia de aguas más cálidas, unida a la sobrepesca, hace que pingüinos de diferentes regiones del mundo tengan que alejarse más para encontrar comida. En ocasiones, cientos de kilómetros, lo que hace que las crías mueran de inanición esperando su vuelta, denuncia Pablo García Borboroglu, fundador y presidente de Global Penguin Society.

Este científico argentino lleva más de 30 años estudiando estos animales y planteando medidas para mejorar su conservación. Se calcula que gracias a su trabajo se han protegido casi tres millones de hectáreas de su hábitat y más de un millón y medio de pingüinos.

Divulgación y ciencia a favor de los pingüinos

Global Penguin Society está detrás de varios proyectos para mejorar el conocimiento de los pingüinos de Magallanes, rey y de Fiordland. Lo hace a través de la investigación científica, la gestión (para promover la creación de áreas marinas protegidas) y la divulgación.

Pablo Borboroglu y su equipo han acercado el tema de la conservación del pingüino a comunidades locales y colegios de Argentina. Hasta el momento, más de 6.000 niños han visitado colonias de estos animales gracias a sus programas educativos. En algunas de estas colonias y gracias a tareas de conservación han conseguido multiplicar el número de animales y sus nidos.

El equipo de Global Penguin Society utiliza registradores de datos y etiquetas transmisoras con tecnología satelital y GPS. Estas etiquetas, que se colocan en los pingüinos, tienen interruptores de agua salada, por lo que se apagan cuando están sumergidas y ahorran energía. Las etiquetas GPS deben recuperarse para obtener los datos. Sin embargo, esto no suele suponer un problema. “Debido a la alta fidelidad del pingüino, que regresa al mismo nido año tras año, hemos podido recuperar la mayoría de nuestros dispositivos en el pasado”, explican.

Los datos recopilados les permiten conocer mejor su ecología de alimentación, revelar diferencias de comportamiento entre diferentes colonias e identificar amenazas. Esta información guía sus actividades de conservación y justifica la creación de áreas marinas protegidas.

Un grupo de investigadores españoles del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) ha participado en un proyecto para hacer un seguimiento de los pingüinos en la Antártida, junto a instituciones de otros países. Por primera vez, utilizaron cámaras de trampeo para estudiar sus ciclos reproductivos. Las cámaras tomaron fotografías de los nidos cada 30 o 60 minutos durante varios años. “Nos permite identificar el efecto de la pesca del krill sobre los pingüinos o si hay que tomar algún tipo de medida porque observamos signos de alerta”, explica Andrés Barbosa, investigador del MNCN.

Trabajos como estos han proporcionado información fundamental sobre el pingüino y han permitido preservar sus las colonias. Algo de gran valor para la comunidad científica: cuidar el mal llamado ‘pájaro bobo’ resulta fundamental para mantener el delicado equilibrio de ecosistemas tan fascinantes como los de la Antártida o las Islas Galápagos.

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Imágenes | Unsplash/Marvin Heilemann, Unsplash/Paul Carrol, Unsplash/Danielle Barnes, Unsplash/Eamonn Maguire

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