¿Por qué nos gusta tanto saber de los demás?

Somos cotillas. Y es inevitable, aunque esto no sea precisamente algo negativo. O no siempre. Saber de los demás nos hace conscientes del mundo que nos rodea. Es el pasatiempo favorito de cualquier vecino que no eres tú, o quizás sí. Da igual: el cotilleo es la base de las sociedades modernas. Desde las notitas de instituto a los cuchicheos de ascensor con el compañero de piso: la vida privada ajena es un poco nuestra cuando la información se convierte en moneda de cambio.

Porque a través de las charlas más triviales, mediante un lenguaje llano y superficial, liberamos tensiones, compartimos información no duradera, reforzándonos en las distintas áreas sociales. «Ninguna otra cosa sobre la faz de la tierra tiene el mismo efecto que la conversación entre dos personas» (P.M. Spacks, 1986). Tener un chisme jugoso es tener un poderoso elemento con el que alterar la expectativa (y perspectiva) de otras personas.

UNA RAZÓN EVOLUTIVA

monosEl prestigioso antropólogo y biólogo evolucionista Robin Ian MacDonald Dunbar propuso, en su libro ‘Grooming, Gossip and the Evolution of Language’, una serie de puntos clave sobre el cotilleo. En primer lugar, que hay motivos ancestrales: somos así por una necesidad de progreso social. Un cotilla vuelve a su estado más primitivo, se convierte en un depredador de conocimiento. Dunbar va incluso más allá al proponer el nacimiento del lenguaje hablado como obra indirecta de esa necesidad social de obtener más datos. O, dicho de otro modo: cotillear mejor.

Los primates se aseaban unos a otros para buscar insectos en el pelo y contribuir a mejorar su dieta en calorías. Se creó una asociación directa: esos comportamientos mejoraban la calidad de vida. Los humanos no necesitamos desparasitarnos unos a otros, pero sí una higiene mental sobre la que medrar y alcanzar nuestras metas.

A través del chismorreo sabemos si hay una pareja libre, tratamos de entender el éxito y el fracaso, cómo ha conseguido el vecino ese trabajo tan oneroso, ese cochazo que acaba de comprarse… Prensa rosa de andar por casa. El cotillón promueve la cooperación en grupo, la asociación y el descarte. O perteneces de un grupo o de otro…. O te quedas sólo.

EL VOYEUR SINTOMÁTICO

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Claro que no todo atiende a condicionantes sociales. A veces queremos poseer esa información para fines menos buenistas. O simplemente observar. Aún sin tomar parte de nada, nos fascina el obtener esa información. Es como encontrarse un billete tirado por la calle. El éxito de documentales como ‘Making of a Murderer’ o la serie ‘El pueblo contra O.J. Simpson’ es tan frívolo como el de ‘Gran Hermano’: sólo queremos saber un poco más.

El fotógrafo Kohei Yoshiyuki retrató en ‘The Park’ esta obsesión, esta parafilia donde una persona puede contemplar un hecho atroz y no dejar de mirar. Sólo hay que fijarse en la notoriedad pública del libro autobiográfico ‘Instrumental’, el cual relata con todo lujo de detalles algunos de los escenarios más truculentos de la infancia del pianista James Rhodes. Y, sin embargo, no se puede dejar de leer.

Las neuronas espejo, responsables de la empatía, logran que, por ejemplo, otros animales nos imiten sin una razón sesuda

Fijémonos en los muk-bang, en aquellas personas que pagan por ver comer a otras. El doctorado en Psicología Sin-II Moon, de la Universidad de Myongji (Seúl), atribuye este éxito creciente a las neuronas espejo, responsables de la empatía, las cuales lograrían el extraño efecto de «hacer sentir saciado a un espectador hambriento, por el simple hecho de observar a la otra persona comiendo». Algunos espectadores deciden comer mientras ven a otros hacer lo mismo para no sentirse solos. Comer es un acto cotidiano donde generamos poderosas conexiones sociales con otras personas.

La polifacética escritora Susan Sontag exponía que esta extraña empatía, este juego de espejos donde se asumen roles a la forma clásica del teatro, sucede incluso con las propias fotografías. Una vez las observamos, se da un «un sentido de entender sin haber entendido, una relación no ganada con el pasado». Los huecos de nuestros recuerdos son cubiertos por conclusiones abstractas.

LA TECNOLOGÍA COMO ARMA ARROJADIZA

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No, no hablo de lanzar el móvil a la cabeza de nadie: puedes hacer un daño más profundo cuando conoces las flaquezas y los secretos de alguien. Poseer una cámara en el bolsillo nos da la posibilidad de ser voyeurs a tiempo completo, incluso desde la comodidad del anonimato. Tenemos a nuestro alcance las bases de datos de personas con las que no convivimos pero sobre las que necesitamos poseer cierto control.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado con un viejo amigo al que sólo le seguimos la pista por Facebook y, justo cuando va a contar alguna novedad y darla por sabida, esa persona mira contrariada, como si fueras algún tipo de obseso de su vida personal? Tanto da que esa información sea pública.

Esta es la tesis de Pin Ju Suponiendo su foco de atención en Facebook, la red social que, según el conocimiento popular, fue creada por Mark Zuckerberg para conocer el estado sentimental de una chica que le había dado calabazas en pleno periodo universitario: el propio portal incentiva este “cyber-stalking” a través de sus conexiones y redes de amistad.

¿Fue Facebook inicialmente creado como herramienta de cyber-stalking?

¿Cómo hemos pasado de asombrarnos por tener una webcam en nuestros portátiles a taparla con celo por el miedo a estar dejando una ventana de par en par a los cotillas? Y no siempre es un acto consciente. Sacrificamos una experiencia a costa de registrarla: vídeos cotidianos, conciertos de música o cualquier objeto que sea reproducible. La comunidad no ha marcado límites, es más permeable que nunca.

Y, por esto mismo, lo que piensan los demás cada vez es más importante. El concepto del speak well (comentario positivo) nace de esa transferencia espontánea de rasgos: si hablas bien de los demás, ellos hablarán bien de ti. Si dices que todos son unos mentirosos, seguramente piensen que tú lo eres. De igual manera, alguien sentirá seguridad cuando hables con convicción. Los adjetivos son un pegamento social.

EL NOBLE ARTE DEL ANONIMATO

Prensa

Frente a este regocijo de multitudes nos queda el silencio, el pseudónimo o incluso el anonimato, como el de Thomas Pynchon. Como bien defiende el escritor polaco Andrzej Sapkowski: «el escritor nace de la individualidad». ¿Es la fama un demiurgo que acaba canibalizando la creatividad?

Pero tal es el deseo de conocer que somos capaces de violar ese deseo a la privacidad a costa de un dato extra. Bajo la escritora napolitana Elena Ferrante se escondía su traductora, Anita Raja, y verdadera autora de su obra. Fue un enigma durante un cuarto de siglo. Considerada por la revista Time una de las personalidades más influyentes de este 2016, su secreto se ha roto sin su permiso, simplemente como un acto de «podemos dar con ello».

A través del cotilleo obtenemos un conocimiento esencial para medrar en los círculos sociales

La propia J.K. Rowling, hoy considerada una de las escritoras más relevantes del siglo, fue anónima a la fuerza durante años —también en su novela ‘The Cuckoo’s calling’, para huir de la presión mediática—. Por razones de género, las hermanas Emily, Charlotte y Anne Bronte fueron durante años los hermanos Bell. Igual que la magnífica Baronesa Dudevant, quien se lanzó al mundo literario bajo el nombre de George Sand. Tal fue el éxito, que también usurpó su figura femenina y, durante años, vistió ropas y acentos que no eran los que hubiese deseado.

Rowling

En nuestro deseo por saber, hoy hemos arrebatado obras a Shakespeare y atribuido el ‘Lazarillo de Tormes’ a una docena distinta de escritores. En nuestro deseo por saber detalles truculentos, entrevistas televisadas como la de Michael Jackson en 60 minutes para la CBS arrojaron cifras de 60 millones de espectadores.

Y así, llegamos a sentir alivio cuando personas poderosas son derribadas de sus torres de marfil. O lamentamos caídas en desgracia de celebridades que nos caían simpáticas. Como sugieren los especialistas Elena Martinescu, Onne Janssen y Bernard Nijstad, esta es una transmisión de poderes y muestra que hasta los intocables son vulnerables. Y eso nos reconforta. Cultura de masas donde la vida de todos es parte de cada uno.

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