Después del K-Pop, llega la ‘Korean Wave’ a nuestras pantallas

Abres Netflix, y al lado de Marie Kondo o los héroes de ‘The Umbrella Academy’ te encuentras doramas, culebrones e intrigas policiacas en clave de Korean wave. No entiendes muy bien de dónde viene, pero ahí está, con su propia sección y alguna recomendación que conecta con tu serie de cabecera. Comienzas a picotear y, más que entretenerte, te vicias.

Encuentras ‘Terrace House’, un reality show a lo ‘Gran Hermano’ en píldoras de 20 minutos. O ‘Atelier’, un ‘El diablo viste de Prada’ con Mirei Kiritani como protagonista. ¿Un policial? ‘Stranger’, con la virtuosa Doona Bae a la cabeza. ¿Algo más militar? ‘Descendants of the sun’. ¿Comedia romántica? ‘Hello, my twenties!’ o ‘Amor y matrimonio’ cubren el cupo. ¿Algo más universitario? ‘Bajo la lluvia’ o ‘Meteor Garden’. Y sigues: desde veteranas como ‘Oh my ghost!’ hasta nuevos clásicos como ‘El día después de la ruptura’. ¿Hablar de K-pop y moda? ‘One More Time’, ‘K-pop Extreme Survival’ y ‘Pasarela’ son buenas opciones. 

Exacto, una invasión salvaje. Pero ¿por qué? Da igual, para entonces ya has conectado, ya conoces esos tics clave en el lenguaje, esas metareferencias culturales. Acabas de hacerte fan de un fenómeno que lleva medio siglo en construcción.

korean wave, enmarcado en una marca cultural

Hallyu. Su traducción literal sería “ola coreana” o “flujo de/desde Corea”. Un término para englobar y referirse al crecimiento e influencia horizontal de la cultura en Corea del Sur. Desde la popular K-pop hasta los videojuegos competitivos o recetas de cocina presentadas por instagramers nativas.

Cuando pensamos en Estados Unidos, a la cabeza nos vienen las principales cadenas de comida rápida (McDonald’s, Burger King), sus infinitas superficies comerciales (Walmart), su burbujeante Coca-Cola, sus superproducciones en Hollywood o sus cientos de influencers diciendo qué deberíamos vestir o dónde deberíamos pasar nuestras vacaciones si queremos molar de verdad. Hace 50 años podríamos hablar de cera para el pelo, cigarrillos Marlboro o vaqueros Levi’s.

EE.UU. supo construir una marca en torno a sí misma, convertir en evento cultural una forma de vida y asociar esa imagen cool a sus 13 barras y 50 estrellas. Una forma de poder blando que actúa como agente de influencia, permeando en la sociedad a distintos niveles. Si en 2004 el efecto Hallyu se tradujo en un 0,2% del PIB —1,87 mil millones de dólares—, 10 años más tarde ascendió hasta los 11,6 mil millones de dólares.

Hablar de Corea es hacerlo de un país que en los 60, previo a su expansión naval, textil y siderúrgica, situaba su PIB al lado de los 30 países más pobres del mundo. En aquellos días recibió donaciones por valor de 3.100 millones de dólares por situarse en la frontera más caliente de la Guerra Fría. Un nexo de influencia estratégico. Dinero que aprovechó para fortalecer sus mercados de exportación.

En los 90, el país comenzó a extender su influencia cultural sobre China y Vietnam. Sus principales clubes de fans se encuentran hoy en Francia o Turquía —por tener, tienen hasta un magacín exclusivo—. Y en función de su PIB per cápita trimestral, Corea del Sur se encuentra en el puesto 22 de los 50 países más ricos. Según su riqueza total, ha escalado hasta el puesto 11. Las cintas hollywoodenses de entonces hoy visten sus persecuciones con deportivos Hyundai, robótica LG y smartphones Samsung.

PRIMERO FUE EL K-POP

Corea del Sur comenzó su guerrilla K-pop en 1992, bajo una boy band rapeando sobre la presión social, el inconformismo y asuntos más triviales —romances, moda juvenil, etc.—. Frente a la invasión japonesa de principios de los 90, convirtiendo el anime, manga y J-pop en un sello del país, en Corea del Sur fundaron decenas de departamentos culturales por todo el país. ¿La meta? Diseñar un plan de éxito a largo plazo. Competir por las bravas.

Tras la crisis financiera del 97 —empresas como Kia o Daewoo vieron peligrar su propia existencia—, el sector del entretenimiento pasó a ser un objetivo prioritario. El Gobierno exigía a las exhibidoras presentar un alto porcentaje de cine patrio. La cinta de espías ‘Swiri’ (1999) logró en Corea mejor taquilla que ‘Titanic’ y ‘Star Wars. Episodio I: La amenaza fantasma’.

Al año siguiente, la telenovela ‘Otoño en mi corazón’ mantuvo pegados al asiento a la mitad de los coreanos. Su director, Yoon Seok Ho, erigió una franquicia que aún hoy perdura. Ese mismo año, Park Chan-wook (‘Oldboy’, ‘La doncella’) debutaba con ‘Joint Security Area’ (2000) y se convirtió en la cinta más taquillera de entonces.

Y no olvidemos la optimización de recursos: el prodigio de la planificación ‘Train to Busan’ costó nueve millones de dólares y recaudó 90. ¿Lo mejor de todo? Puso en el mapa escenarios reales de una ciudad que aspira a convertirse en una capital en el plano cultural: frente a la habitual Lombard Street de San Francisco o ese enardecido puente, visto y revisto hasta la extenuación, nuevos iconos para aprender geografía.

Como apuntan en ‘Martinroll’, enterrar las leyes de censura o prohibiciones de viajar al extranjero facilitó las reglas de este nuevo juego cultural. 10 años después de aquellas innovaciones, cualquier occidental podía reconocer ese extraño baile del caballo y ese «oppa Gangnam style». ¿De dónde había salido ese tipo?

En Corea era bien conocido: amigo de los censores, el compositor y estudiante de Berklee, era un rapero al que el Gobierno local le tiraba sus letras gamberras. En el momento que el contador de YouTube se ‘rompió’ —primero en superar las 1.000 millones de reproducciones— entendieron que algo había cambiado: su éxito viral serviría de puerta de entrada para una nueva invasión musical.

El «despiadado mundo de la música pop coreana» es una industria de más de 5.000 millones. Mientras redactamos este artículo, ‘Big Bang’ o ‘BTS’ suman otros pocos miles de likes en YouTube.

Las estrellas del K-pop se diseñan con años de antelación. , aunque su procedencia no viene estrictamente de Corea del Sur —los occidentales nos perdemos en matices, empíricamente constatado mediante el efecto ORE o sesgo de raza cruzada—, el patrón es el mismo: sus carreras son planificadas hasta el punto de prohibir por contrato tener novia.

Aunque el resultado de este doble rasero censor no ha traído muy buenas consecuencias. Contratos de una década de duración donde niñas y niños de 13 años renacen como expertos bailarines, cantantes y actores. ¿El resultado? Puedes verlo aquí:

Solo entre ‘Big Bang’, ‘Super Junior’, PSY y ‘Girl’s Generation’ suman 240 millones de discos vendidos. En tiempos donde ya no se venden discos, donde el CD desaparece como formato.

HALLYU 2.0: FACTORES DE ÉXITO

Pero aquello quedó atrás. Como apuntábamos al comienzo, la Korean wave es mucho más que pop con videoclips de producción onerosa, vestuario alucinado y chalados pasos de baile que imitan tus hijas en el instituto.

Una nueva ola comenzó en torno al auge de las redes sociales y la digitalización. Hallyu 2.0 fue acuñado por los medios para intentar explicar la fiebre que ‘Girl’s Generation’ despertaron en el Ariake Colosseum. Las productoras descubrieron que puedes vivir en YouTube e Instagram, que puedes explorar ese nicho y monetizar cada paso de tu banda.

Una ola que no impulsó únicamente el audiovisual: sumado a las decenas de MMO clónicos, el juego móvil y una nueva industria de microtransacciones, Corea del Sur elevó los eSports hasta convertirlos (casi) en disciplina olímpica. La KeSPA convirtió a jugadores de ‘League of Legends’ y ‘Dota 2’ en deportistas reglados —con visado de atleta, por ejemplo—.

Dal Yong Jin escribió en su lúcida radiografía ‘Hallyu 2.0: The New Korean Wave in the Creative Industry’ lo siguiente: «Si bien el K-Pop fue parte del crecimiento inicial en la Ola coreana, Corea no gozó de una enorme popularidad en los mercados internacionales de música hasta los últimos años. Sin embargo, el K-Pop ha sido un conductor del Hallyu 2.0, ya que Corea exportó 80,9 millones en música en 2010, un aumento del 159% con respecto a 2009″.

Los chats de esos videojuegos masivos sirvieron de nexo de igual forma que los comentarios bajo cada clip construyeron una sólida comunidad de fans comentando cada cambio de look, cada shippeo y cada decisión creativa en los mandos de sus ídolos favoritos.

Muchas de esas modelos y cantantes pop son actrices de renombre: Hyeri (del grupo ‘Girl’s Day’) Lee Joon, ex de ‘MBLAQ’, Seo Hyun Jin, del grupo ‘M.I.L.K.’, Suzy (‘While You Were Sleeping’), el cantante de baladitas al oído Seo In Guk, Ryu Hwayoung, del grupo ‘Tara’, Dasom (‘Sistar’), el rapero Hoya, Im Si-wan (‘ZE:A), o Han Sun Hwa, del grupo ‘Secret’. Como ellos, cientos.

Los grupos actúan como catapultas visuales, como canteras para involucrar todo el peso de la factoría —compañías de música, tecnológicas, chaebols y el propio Gobierno del país—. Para ir acabando, un dato: el Ministerio de Cultura, Deportes y Turismo presentó un presupuesto de 440 millones de euros para aupar una exportación que espera recaudar, a lo largo de todo 2019, 10.000 millones. Parece que van a conseguirlo: cuando el mes pasado se pusieron a la venta las entradas para el Wembley Stadium, ‘BTS’ logró un sold out en apenas 90 minutos.

Un eje diplomático sobre el que orbitan las mismas piezas de tablero pero sobre la que no conocemos el resultado de la partida. temblemos ante la Hallyu 3.0.

En Nobbot | Corea del Sur: un viaje al futuro de las telecomunicaciones

Imágenes | Pixabay (Foundry), Wikimedia (crédito a Korea.net, primera y segunda imagen), Twitter (imagen promocional de SNSD, tomada en el Ariake Colosseum el 25/08/2010)

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