Bermúdez de Castro: «Nos sentimos superiores porque nos hemos desconectado de la naturaleza»

Bermúdez de Castro

José María Bermúdez de Castro no necesita apenas presentación. Tampoco es que todo lo que ha hecho por desentrañar la historia del ser humano nos fuese a caber en cuatro líneas.

Codirector e investigador principal de las excavaciones de la sierra de Atapuerca (Burgos) junto con Juan Luis Arsuaga y Eudald Carbonell, este paleoantropólogo lleva desde finales de los años 70 del siglo pasado desenterrando nuestro pasado. Ayudándonos a entender de dónde venimos y, de paso, a dónde vamos. Porque seguimos soñando que somos dioses, pero pensando como mendigos (y olvidándonos de nuestro lugar en la naturaleza).

El también premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica (en 1997) es coautor de más de un centenar de artículos científicos y varios libros de divulgación. En su último ensayo, ‘Dioses y mendigos’, recoge buena parte de su conocimiento sobre la evolución humana y reflexiona sobre algunas de las cuestiones que todavía siguen sin respuesta.

– ¿Qué grandes piezas nos faltan por encajar en la historia humana?

El estudio de la evolución humana es un gran edificio, con bases bastante sólidas, pero quedan muchas reformas por hacer y pisos que añadir. Tenemos una idea clara de por dónde van las cosas, pero de vez en cuando aparecen especies que no están en su sitio, que no encajan. Es el caso, por ejemplo, del Homo naledi, que tiene un aspecto bastante arcaico, similar a los australopitecos, pero está datado en hace menos de 300 000 años. No sabemos dónde encajar esa pieza, pero al final acabará encontrado su sitio. No todo va a ser como nosotros queremos que sea.

Después existen otras pequeñas reformas que hay que ir haciendo de cuando en cuando. Hasta hace un tiempo todo el mundo estaba de acuerdo con que las primeras poblaciones humanas de Europa se habían asentado hacía medio millón de años. Todo estaba claro. Pero había evidencias de una llegada anterior. En Atapuerca las teníamos. Cuando encajaron todas las piezas y quedó claro que hacía al menos 800 000 años de estas primeras poblaciones, hubo una pequeña revolución.

Queda mucho por saber. Desde que empecé a investigar en 1979 hemos aprendido mucho. Dentro de otros 40 años habremos logrado encajar muchas otras piezas.

«Nadie ha propuesto hipótesis claras sobre las razones que llevaron a nuestros antepasados a caminar erguidos en el bosque».

– Hemos pasado de una historia sencilla de la evolución a una novela muy compleja.

Cuando Ernst Mayr propone tres especies, una antigua, una media y otra actual, en base a las evidencias que había en 1950, todo parecía muy sencillo. Pero esto se ha ido desmoronando. La historia evolutiva del ser humano es muy compleja. A mí me gusta hablar de un arbusto de la filogenia humana, en lugar de un árbol. Creo que es un concepto cada vez más popular entre los investigadores. Hay muchas ramificaciones, algunas se juntan e hibridan, se separan, otras desaparecen.

– De esta historia enrevesada se caen muchos mitos. En el colegio, estudiábamos que el ser humano se había erguido en la sabana para ganar altura y poder ver por encima de las hierbas altas. Pero resulta que no.

Hay varias hipótesis para el bipedismo y el registro fósil nos va dando las pistas. Así se descubrió que las especies de la filogenia humana que vivían en el bosque ya caminaban erguidos. Las explicaciones de por qué el ser humano se había puesto sobre dos piernas en la sabana dejaron de tener sentido. Eso no quiere decir que hayamos resuelto el porqué. Nadie ha propuesto hipótesis claras sobre las razones que llevaron a nuestros antepasados a caminar erguidos en el bosque. Podría ser una forma más de moverse que persiste cuando la selva desaparece.

observación de un fósil humano

– A pesar del complejo arbusto de nuestra historia, hoy somos una única especie. ¿Qué papel jugamos en la desaparición de las demás?

El Homo sapiens aparece hace unos 300 000 años. Es el dato más antiguo que tenemos. En ese momento existen también los neandertales, los denisovanos, los Homo floresiensis, los Homo luzonensis y los Homo erectus. Existen una cantidad considerable de especies de homínidos en el planeta. Nosotros somos una más.

En la desaparición de algunas de estas especies, podemos tener algo que ver. Por ejemplo, en el caso de Homo floresiensis, una especie que ocupaba el territorio reducido de la isla de Flores en Indonesia, puede que nosotros ganásemos la partida y provocásemos su desaparición.

Sin embargo, el responsable de la desaparición de los neandertales, que tuvieron un importante reinado en Eurasia durante muchísimos años, fue el clima. La última gran glaciación acabó prácticamente con ellos. Su riqueza genética se fue agotando. Hay que pensar que los primeros sapiens en Europa también desaparecen por el frío. Nosotros somos descendientes de otras olas migratorias posteriores, cuando el clima era más favorable.

«Los sapiens vamos a sobrevivir, pero el precio a pagar va a ser muy alto».

– En el imaginario popular, el neandertal sigue siendo un espécimen rudo, poco inteligente, torpe. Sin embargo, tenían un cerebro algo mayor que el nuestro, pintaban y quizá hablaban como nosotros. ¿Qué hacemos para limpiar su nombre?

Tenemos que seguir estudiándolos con respeto, pero la idea popular del neandertal va a tardar mucho en desaparecer. A nivel científico, los cambios son más rápidos. Puede haber debate y estudios enfrentados, pero a la larga las discusiones se resuelven. Pasó, por ejemplo, con las pinturas de la cueva de Ardales, en Málaga, hecha por neandertales hace más de 64 000 años. Primero hubo un debate encendido, ahora se ha confirmado que los datos eran correctos.

A nivel social y popular, las ideas no cambian tan rápido. Así es que seguimos siendo trogloditas, cuando el ser humano ha vivido habitualmente al aire libre. Somos oportunistas y allí donde había cavernas, las aprovechábamos. Pero no había cuevas en todas partes.

– ¿Somos reacios a aceptar que somos una especie más, que había otras con las mismas capacidades que nosotros?

Nos sentimos superiores porque nos hemos desconectado de la naturaleza. Ya no vemos más allá de nuestra cultura. La mayoría no reconocemos ya las especies de árboles, plantas o animales. Y eso hace que nos sintamos distintos y superiores al resto de seres vivos. Con los neandertales sucede lo mismo. Además, ¿cómo no vamos a pensar que somos mejores que ellos si hoy solo quedamos nosotros?

con María Martinón en Atapuerca

– ¿Cuándo empezamos a desconectarnos de la naturaleza?

Hace muy poco tiempo. El Neolítico es una gran revolución agrícola y ganadera de la que somos herederos. Pero en un momento determinado de desarrollo cultural, desde hace un par de siglos, algunas sociedades empiezan a distanciarse de la naturaleza. En España es mucho más reciente todavía. Yo creo que he vivido esa desconexión desde los años 60 del siglo XX. Antes lo habitual era estar conectado a la naturaleza, se salía mucho al campo, el rural estaba muy poblado. Por eso creo que es posible, aunque difícil, volver atrás y reconectarnos con la naturaleza.

– Nuestra cultura ha sido nuestra gran aliada durante milenios. ¿Si no conseguimos cambiar a tiempo, será nuestra perdición?

Hemos encontrado una alianza extraordinaria en la cultura. Desde el principio de los tiempos, cuando ideamos las primeras herramientas de piedra. Con el paso del tiempo, la cultura ganó más peso y de forma reciente la hemos utilizado de una manera rotunda. Tan rotunda que ha transformado la naturaleza en los últimos 150 años. La gran Revolución Industrial fue muy positiva en términos económicos, pero fatídica para el planeta. Las consecuencias las estamos viendo con el cambio climático.

«Seguimos pensando de manera tribal. Planteamos soluciones locales, pero no estamos pensando en qué pasa en otros países».

– Los seres humanos, como especie, somos hijos de un cambio climático. ¿Sobreviviremos al que hemos creado nosotros mismos?

Voy a darte la versión positiva [risas]. Los sapiens vamos a sobrevivir, por supuesto. Pero el precio a pagar va a ser muy alto. Si observamos lo que está ocurriendo, parece muy difícil que vayamos a conseguir poner las cosas en su sitio de nuevo. Va a ser muy costoso en términos económicos y en términos de vidas humanas. Si queremos ser positivos, vamos a pensar que conseguiremos superar el Rubicón climático, pero a costa de pagar un alto precio. Nos hemos pasado tres pueblos y tendremos que pagar el precio.

– Responder a estos grandes desafíos requiere una visión global. Pero seguimos siendo tribales, pensamos en clave muy local. ¿Llegaremos a tener una conciencia de global?

Ahora mismo, seguimos pensando de manera tribal. La pandemia nos ha dado varios ejemplos. Mucha gente vacunada ha dejado de tener precauciones, porque se siente a salvo. Enfoca el problema de manera individual. También seguimos la actualidad de la enfermedad en clave local, buscando el número de casos de nuestro pueblo o nuestra provincia.

No nos fijamos en lo que pasa a 200 kilómetros de nuestra casa y mucho menos en lo que sucede en África o en Sudamérica. Sin embargo, el problema es mundial y su evolución es global. La variante Delta no se ha producido dentro de nuestras fronteras, pero está entre nosotros.

Con el cambio climático pasa lo mismo. Planteamos soluciones locales, pero no estamos pensando en qué pasa en otros países. Por ejemplo, hablamos de abandonar el carbón y el petróleo, pero son materias primas que algunas regiones van a necesitar para su desarrollo a no ser que tengan alternativas.

«Tenemos una forma simple de ver las cosas. Primero nos observamos el ombligo y después pensamos en nuestro entorno y en nuestra tribu».

– Pero ¿no es comprensible? En el plano local estamos más cómodos. Allí hablamos con nuestro círculo cercano, sentimos que podemos cambiar algunas cosas.

Es muy complicado. Tenemos una forma simple de ver las cosas. Primero nos observamos el ombligo y después pensamos en nuestro entorno y en nuestra tribu. Es muy difícil pensar a nivel global porque no lo percibimos. Ojos que no ven, corazón que no siente.

– En la parte final de su libro, juega con la idea de que todavía no somos humanos. ¿Qué sería entonces ser humano?

El término «humano» lo hemos ideado nosotros mismos. Lo usamos como sustantivo y también como adjetivo. Es una palabra que hemos empleado para definirnos a nosotros mismos, para diferenciarnos de los que no son humanos. Es otra forma de decir que somos especiales y completamente distintos al resto de especies en el planeta.

A mi juicio, es una forma errónea de mirarnos a nosotros mismos. Somos parecidos a muchas otras especies. Prácticamente iguales, por ejemplo, a un chimpancé. Pero la palabra tiene fuerza, es poderosa y nos sirve para marcar una diferencia clara.

– Ni siquiera nosotros mismos llegamos a encajar en el significado de humano.

El humano deshumanizado, efectivamente. Llegar a lo que querríamos ser es una entelequia. Vamos a seguir siendo como somos, como otros animales, a no ser que logremos transformarnos de forma artificial, como propone el transhumanismo.

De manera biológica, cambiamos a muy largo plazo. Mutamos un poco con cada generación, pero la velocidad a la que se acumulan esos cambios es lentísima. Cuando observamos los fósiles, vemos que somos casi iguales que como éramos hace 200 000 años. Apenas hay diferencias entre sapiens. Así que difícilmente dejaremos de ser como somos. Seguiremos así muchísimos años, si es que conseguimos superar los retos climáticos.

En Nobbot | “A finales del s. XXI habrá probablemente nueva diversidad humana, pero esta vez, artificial”

Imágenes | Cedidas por José María Bermúdez de Castro

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