Adolescentes rarunos que no quieren redes sociales

¿Preguntar cómo te ha ido el verano? Noooooo… Los adolescentes de nuestros días no recurren a algo tan «vintage» como la comunicación verbal directa para saber qué tal les han ido las vacaciones a sus colegas, amigos o conocidos. Lo normal es ir a su perfil de Facebook o su Instagram para comprobarlo a través de las actualizaciones de estado y fotografías que hayan ido colgando a lo largo de su decanso estival para hacer partícipe al resto del mundo de lo bien -o mal- que se lo han pasado. Las redes sociales como vínculo, ésa es hoy la clave.

Pero, ¿y si hay «teenagers», como ese Brian O’Neill de Washington del que nos habla Christine Rosen en The Wall Street Journal, que no quieren recurrir a los medios digitales para mantener el contacto con sus conocidos? Pues aunque parezca raro, los hay. Pero sí, son especímenes extraños dentro del universo actual de jóvenes permanentemente conectados. Valga para ilustrar este afirmación un informe de 2015 del Centro de Investigaciones Pew que cita el propio diario y que cifra en un 92% los jóvenes estadounidenses de entre 13 y 17 años que se conectan a la red todos los días, de los que el 24% confesó que sus dispositivos están activos «casi constantemente.» Además, casi tres cuartas partes de los chicos menores encuestados por este think-tank norteamericano indicaron que utilizan alguna red social, de forma que un adolescente más o menos típico sería aquel que tiene un perfil de Facebook con unos 145 amigos y uno en Instagram con alrededor de 150 followers.

abstemios de redes sociales

La pregunta que se hace Christine Rosen es qué pasa con esos jóvenes abstemios de redes sociales, que Jacqueline Nesi, investigadora de la Universidad de Carolina del Norte, sitúa sólo entre el 5% y el 15% de los adolescentes. ¿Se sienten desplazados en medio de esta cultura popular del todo online? La respuesta es no. En primer lugar, no es que aborrezcan la tecnología o no estén familiarizados con ella. Todo lo contrario: la inmensa mayoría de ellos tienen smartphone, llaman o mensajean a sus amigos y conocen bien el funcionamiento de las redes sociales. Es sólo que no les gustan y prefieren otro medio de comunicación para mantener el contacto. En otras palabras, optan por hablar y no tuitear; por la interacción directa frente a la permanente y agotadora obsesión con los «me gusta»; por hacer uso de la inmediatez del cara a cara con sus amigos en vez de tener a un mediador interesado en forma de filtro.

Curiosamente son muchas veces los padres y no sus hijos los que se preocupan porque éstos queden excluidos de sus círculos sociales. Sin embargo, estos mismos progenitores se dan cuenta de que esta elección de los chicos hace que estén menos expuestos, no ya sólo a fenómenos nocivos del tipo del cyberbulling, el grooming o el sexting, como a la fijación por parecerse a sus ídolos o, sobre todo, al condicionamiento por el juicio de su grupo social a todas sus publicaciones. Y no porque esta presión sea nueva, pero las redes sociales hacen que ahora sea inmediata, constante y masiva.

Por su parte, los adolescentes reacios al uso de redes sociales se muestran particularmente optimistas y hasta satisfechos con su decisión. 1) La han tomado libremente; 2) aseguran enterarse de lo importante por otros medios; y 3) auguran que una década más serán una moda ya obsoleta. ¿Tendrán razón?

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