Nada más humano que la inteligencia artificial

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Cada vez que leemos noticias sobre todo lo que hacen los ordenadores, más propio de humanos que de máquinas, no deja de embargarnos una cierta preocupación. Como la que desataban películas antiguas como Metrópolis (1927), donde una robot armaba la marimorena sindical. Los avances de la inteligencia artificial suenan a ciencia ficción.

Esta tecnología resulta ya un concepto casi viejuno. La inquietud del hombre por hacer que las máquinas hagan cosas para y por los humanos viene de la antigüedad. Ocurre que los medios disponibles han ido evolucionando y, desde la aparición del primer ordenador en 1936 hasta nuestros días, todo va a mayor velocidad.

El nacimiento de la inteligencia artificial

La definición más ortodoxa de inteligencia artificial habla de una rama de la ciencia que abarca un conjunto de tecnologías computacionales, inspiradas en la manera en que los humanos usamos nuestro sistema nervioso y nuestro cuerpo para sentir, aprender, razonar y actuar. La definición más sencilla resume que se trata de una máquina actuando de una manera que parece inteligente.

El término fue acuñado en 1956, en una conferencia celebrada en Dartmouth College en Hanover (New Hawpshire). A partir de ese momento, se produjo un primer boom entre las décadas de los sesenta y los setenta debido al desarrollo de los lenguajes de programación. A este período pertenecen programas como ELIZA, un programa iterativo que interactuaba en inglés con una persona, especie de precursor de los chatbots actuales.

Los ochenta podemos definirlos como un momento de hibernación relativa. Será en los noventa cuando resurja gracias a Deep Blue de IBM, el primer ordenador que ganó a aquel ajedrecista legendario llamado Garry Kasparov.



Deep Blue, de IBM, fue el primer ordenador en ganar al ajedrez a un jugador humano.
Pedro Villavicencio, CC BY-SA

Ordenadores más rápidos y más baratos

Pero ¿qué ha cambiado?, ¿por qué no cesan las noticias que hablan de la existencia de ordenadores capaces de componer como Bach, Chopin, Beethoven o escribir replicando el estilo de reconocidos novelistas? Se ha multiplicado la velocidad y competencia de los ordenadores.

Un ordenador actual puede procesar muchísima información con muchísima rapidez. Y si se posee algo con una capacidad de análisis infinita, de codificar y descodificar información, se puede aprender rápidamente. Esto hace posible simular conductas aparentemente humanas.

Además, aparejado a lo anterior, la programación, o manera de dar instrucciones a las máquinas, también se ha sofisticado. En la actualidad, en lugar de dar instrucciones detalladas, se aportan pautas, lo que abre todavía más el abanico de soluciones.

Es como si ocurriera lo que muchos hemos querido para aprender un idioma. Nos acostamos con una grabación que nos cuenta las palabras, su significado, las reglas gramaticales y nos ofrece miles de ejemplos de conversaciones. Nuestro cerebro, con capacidad infinita para recordar todo y procesarlo en las ocho horas de sueño, hace que al día siguiente hablemos como cualquier nativo.

El abaratamiento de los costes para producir ordenadores con dichas capacidades permite, sin darnos cuenta, que estemos rodeados de inteligencia artificial. Alexa, el robot aspirador, el reconocimiento de la huella o la cara por el móvil, el chat que aparece en cualquier web si se formula alguna pregunta y las recomendaciones de compra de Amazon son solo algunas ejemplos.

Cómo se enseña a las máquinas

Las técnicas informáticas empleadas para reproducir la inteligencia humana son distintas según el propósito. Pero los principios básicos, muy simplificados, son volúmenes ingentes de información y la programación de pautas.

Cuando oímos hablar de enseñar a ordenadores o que los ordenadores van aprendiendo, nos referimos a que les transmitimos más información, añadimos pautas. Además, como resultado de la ejecución de esos análisis en el ordenador, se va acumulando más información que sirve de base para aumentar la cantidad de datos disponibles.

Todo esto provoca que los máquinas nos sorprendan, y mucho, pero no pueden hacer nada que no le haya dado el programador. Con los lenguajes actuales de programación, las pautas abren un abanico de posibilidades y opciones muchas veces difíciles de predecir, pero allí están, en la base que le ha otorgado el programador.

Una inteligencia artificial artista y científica

Ahora bien, ¿por qué nos sorprendemos tanto cuando hablamos de ordenadores reproduciendo conductas creativas y no conductas científicas? ¿Acaso creemos que la creatividad es solo inspiración?

Cualquier artista que se precie nos reconocerá que requiere horas y horas interminables de trabajo, de repetición, de aprender técnicas, de ver cosas del pasado y seguramente de plasmar su experiencia.

Todo lo anterior constituye información llena de consignas, para guardar miles de imágenes, textos, o lo que corresponda a la rama artística, y mediante análisis comparativo. Así, existe la posibilidad de reproducir o generar un producto diferente de acuerdo al estilo del artista, es decir, lo que hacen los artistas y les da su estilo particular.

¿Quiere decir que ha llegado el fin de escritores, músicos o pintores? Desde nuestro punto de vista, no es así. Puede variar, igual que en el campo de la ciencia, el papel o la función del proceso creativo, y la utilización de lo producido por un ordenador como herramienta de inspiración.

Ocurriría lo mismo que en el caso de un médico que recibe un prediagnóstico de un ordenador basado en cientos de datos. Le ayudará a mejorar el diagnóstico, pero al final el especialista, de acuerdo al contexto, las circunstancias y el paciente concreto, tiene la última palabra.

La inteligencia artificial va a seguir avanzando y enriqueciendo las creaciones artísticas generadas por un ordenador. Quizá un día una máquina componga un disco y en el concierto, según el nivel de aplausos que reciba cada canción, aprenda si una pauta de composición tiene más o menos éxito y con eso mejore su siguiente disco. Quizá permita que en vez de una canción en el número uno, el siguiente disco se posicione en el dos o tres. Pero un ordenador nunca será inventor, emprendedor, ni romperá moldes o se convertirá en un genio.

Aunque nos sorprenda, la inteligencia artificial sigue siendo un invento humano.


Este artículo ha sido escrito en colaboración con Adriana Scozzafava, asesora independiente sobre nuevas formas de trabajo.

María Pilar Úcar Ventura, Profesora adjunta de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, Departamento de Traducción e Interpretación y Comunicación Multilingüe, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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