Internet tiene género: por qué la tecnología no es neutra

Cuando en la década de los ochenta del pasado siglo internet comenzó a configurarse como lo conocemos hoy en día, se extendió una ola de optimismo acerca de lo que podía suponer esta nueva red de redes como revolución tecnológica de carácter global y abierto.

No era para menos: permitía la comunicación entre personas que vivían a miles de kilómetros de distancia, acceso casi ilimitado al conocimiento, nuevas oportunidades de colaboración y de negocio, la creación de organizaciones y nuevas posibilidades de participación social y política.

Cuarenta años después podemos comprobar que internet, así como las nuevas tecnologías que ha impulsado, no son tan globales ni tan abiertas como habíamos esperado. La tecnología no es neutra: la imaginan, diseñan, crean, construyen y utilizan personas. Por lo tanto, reproduce sus intenciones, prioridades, expectativas, filias y fobias.

Esto nos ha llevado a una tecnología centrada en un usuario que siempre es un hombre blanco, joven y sano, y que no tiene en cuenta a las personas que no encajan en este molde. Si nos centramos en las mujeres, esto implica un Mr. Internet que ignora a la mitad de la población del planeta.

Llevo años tomando notas mentales sobre situaciones cotidianas que muestran esta relación tan injusta entre mujeres y tecnología. Por desgracia dan para un libro, así que las he recopilado en uno titulado Mr. Internet. Algunos de los ejemplos son conocidos, pero otros han pasado desapercibidos.

La brecha no es solo salarial

Todos hemos escuchado alguna vez hablar del concepto de “brecha de género”. En tecnología, por ejemplo, se asocia mucho con el salario. Las mujeres de este sector están, año tras año, peor retribuidas que los hombres.

Esta brecha se debe a la diferencia de puesto y responsabilidad que suele haber (las mujeres alcanzan menos puestos de responsabilidad), a la dedicación en número de horas (ellas reducen más sus jornadas) y al tipo de vinculación con la empresa (las trabajadoras del sector tecnológico tienden más a tener contratos precarios).

La lista no acaba aquí. La brecha de género también surge por las diferencias en la capacidad para negociar el salario durante los procesos de selección, las expectativas de empleada y empleador, y las evaluaciones de rendimiento de las que dependen las retribuciones variables. Estos últimos aspectos, mediados en muchos casos por soluciones de recursos humanos basadas en inteligencia artificial que se ha demostrado que están afectadas por fuertes sesgos de género.

Pero ¿existen otro tipo de brechas, además de la salarial? Por supuesto que sí.

  1. Brechas de acceso a la tecnología. Los informes de la GSMA muestran que las mujeres tienen menos acceso a teléfonos móviles y a tarifas de datos en todas las regiones del planeta, con lo que eso implica hoy en día.
  2. Brechas de competencias digitales, educación y formación. ¿Por qué hay menos mujeres preparándose para trabajar en el sector tecnológico o que puedan considerarse usuarias avanzadas de tecnología?
  3. Brechas de autopercepción. ¿Por qué las niñas deciden a cierta edad que las matemáticas y la tecnología no se les dan bien.
  4. Brechas de representación. ¿Por qué se ve a tan pocas mujeres en puestos de gobierno y responsabilidad en los que se toman decisiones importantes acerca de la tecnología
  5. Brechas de reconocimiento. ¿Por qué apenas se reconoce a mujeres del sector con premios o distinciones importantes o de prestigio?
  6. Brechas de diseño. ¿Por qué cuando se diseña para una mujer se colorea el producto de rosa y no se tienen en cuenta sus necesidades reales en cuanto a ergonomía y dimensiones, intención, funcionalidad y a posibles efectos no deseados?

Los sesgos y la misoginia

Estas diferencias entre hombres y mujeres son solo la punta del iceberg. Si analizamos la tecnología que nos rodea y que condiciona nuestro mundo con perspectiva de género, comenzaremos a hacernos muchas más preguntas.

¿Por qué hay menos perfiles de mujeres en Wikipedia? ¿Tiene esto que ver con que hay menos mujeres que contribuyen a generar sus contenidos o es por otros motivos? Cuando se habla de una mujer, ¿se escribe su biografía de la misma forma que se haría con un hombre de méritos similares? ¿Por qué a las mujeres nos fallan más las soluciones de reconocimiento facial que se usan cada vez más para el acceso físico a espacios, para desbloquear el móvil o para realizar un pago? Es algo muy incómodo en el día a día.

¿Por qué en las encuestas de satisfacción de clientes y en las evaluaciones de rendimiento profesional, cuanto más digitalizado está el proceso y más anonimato o distancia percibe el que evalúa, peores puntuaciones reciben las mujeres?

Peor todavía: ¿por qué tantas mujeres abandonan las redes sociales porque no soportan la violencia a la que se ven sometidas? Probablemente están perdiendo oportunidades personales y profesionales de las que los hombres disfrutan. ¿Puede explicar esto que muchas mujeres participen con seudónimo en plataformas y comunidades digitales? ¿O en partidas de juegos online? Por cierto, ¿qué tratamiento reciben los personajes femeninos en estos videojuegos? Porque, aunque pueda parecer que no es así dado el estereotipo del gamer, casi la mitad de los jugadores son mujeres.

Hay que cambiar muchas cosas

Si le llama la atención que los asistentes virtuales terminen bautizados con nombre de mujer (Alex, Siri, Cortana, Celia), mientras que los nuevos oráculos todopoderosos basados en IA, no.

Si le extraña que los resultados de buscadores, soluciones de autocompletado y traductores sean manifiestamente machistas (por ejemplo, en lo relativo a profesiones).

Si le escandaliza que tecnologías que podrían emplearse para resolver problemas cotidianos o incluso universales terminen empleándose para ejercer violencia contra las mujeres (vigilancia reproductiva a través de apps, acoso con Air Tags, deep fakes pornográficos).

Bienvenido al club.

Hay que reconocer el problema de Mr. Internet, reflexionar sobre su alcance, recopilar datos, identificar las causas y ponerse manos a la obra. Ya vamos tarde.

Marta Beltrán, Profesora Titular de Universidad, Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Fotografía: Peera_stockfoto/Shutterstock

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