La lingüística forense o cuando la mala ortografía delata al delincuente

lingüística forense

Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será usada en su contra ante un tribunal. Típico de las películas de Hollywood. De hecho, la llamada ‘Advertencia Miranda’ solo es obligatoria a la hora de detener un delincuente en Estados Unidos. Sin embargo, las dos primeras frases de esta regla policial señalan la importancia del lenguaje en un crimen. ¿Y si un asesino pudiese ser desenmascarado por tener faltas de ortografía? La lingüística forense busca culpables.

Los límites de esta disciplina son difusos. Mezcla el derecho, la lingüística aplicada y la psicología. El lenguaje que usamos y cómo lo usamos, ya sea de forma oral o escrita, esconde mucha más información de la que transmiten las propias palabras. Hay quien acabó en la cárcel por un SMS. O por poner mal las comas (y no solo la que se coloca antes del vocativo). Pero vamos a empezar por el principio.

El caso Evans

El 30 de noviembre de 1949, Timothy John Evans entró por la puerta de la central de policía de Merthyr Tydfil, en Gales. El hombre, de 25 años, iba a entregarse. Confesó haber asesinado a su mujer, Beryl, y a su hija de 14 meses, Geraldine. Con su confesión, el otro sospechoso del asesinato, su vecino John Reginald Halliday Christie, a quien el propio Evans había señalado, fue exculpado. Evans fue condenado y colgado en 1950. Pero Christie tampoco iba a salir airoso del suceso.

Tres años más tarde, se encontraron un total de cinco cuerpos en la vivienda de J. Christie, entre ellos el de su propia mujer, el de Breyl y el de la niña. Por esta razón, fue condenado a muerte y ejecutado el 15 de julio de 1953. Finalmente, en 1966, Evans recibió el perdón póstumo, quedando libre del asesinato, aunque no le sirviese ya de mucho. Así lo relata Mercedes Ramírez Salado, del Instituto Universitario de Investigación en Lingüística Aplicada de la Universidad de Cádiz.

Con el caso cerrado definitivamente, el lingüista sueco Jan Svartik, de la Universidad de Gotemburgo, se dio cuenta de que algo no cuadraba. ¿Por qué Evans había señalado a su vecino primero y luego se había inculpado? Y decidió buscar la respuesta en el análisis del lenguaje de las cuatro declaraciones de Evans recogidas por la policía. Su estudio expuso serias dudas sobre la veracidad de los informes policiales y diferencias claras entre las cuatro declaraciones a nivel de estilo y registro. También acuñó por primera vez el término de lingüística forense.

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La lingüística forense

El estudio de Svartik marca el inicio de esta disciplina. Sin embargo, “no fue hasta la década de los 90 cuando la lingüística forense fue aumentando su presencia en los procesos judiciales y, sobre todo, se asentó como disciplina académica con la creación de asociaciones profesionales como la International Association for Forensic Phonetics y la International Association of Forensic Linguists, así como la aparición de la revista ‘Forensic Linguistics’”, explican Marta Falces Sierra y Juan Santana Lario, lingüistas de la Universidad de Granada.

La lengua y la ley entrecruzan sus caminos en varios casos. La lingüística forense se centra, sobre todo, en la llamada evidencia lingüística en los procesos legales. Es decir, “el uso, la validez y la fiabilidad de evidencias lingüísticas en los procesos judiciales”, explican Falces Sierra y Santana Lario. Así, el estudio del lenguaje puede aportar los siguientes tipos de evidencias:

  • Comprensión. Puede establecer si una persona puede entender un cierto tipo de lenguaje. Se usa, por ejemplo, para dirimir si una persona ha podido comprender el lenguaje complejo de un contrato bancario o una póliza de seguros.
  • Barreras de minorías. La lingüística forense puede utilizarse para señalar si individuos de ciertas minorías étnicas o lingüísticas pueden asimilar el lenguaje judicial antes o durante un juicio.
  • Producción del lenguaje. Muy utilizado para determinar la autoría de testimonios o pruebas. Mediante el análisis de elementos morfológicos, sintácticos y léxicos puede determinarse si un sospechoso ha sido capaz de producir determinado texto o testimonio oral (como en el caso de Evans).
  • Ortografía. Las incorrecciones ortográficas no son un delito. Pero las últimas investigaciones en lingüística forense señalan que algunas son clave a la hora de determinar la autoría de una prueba. La más clara: el uso incorrecto de los signos de puntuación.

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Cuando usar mal el lenguaje te delata

La lingüística forense puede basarse en el análisis de la grafémica (los trazos de la escritura a mano), la fonética, la morfología, la sintaxis, el léxico y el propio discurso. El estudio de estos parámetros ha ayudado, en más de una ocasión, a resolver crímenes o a absolver a culpables que no lo eran. Estos son algunos de los casos más dramáticos.

En 1974, seis irlandeses fueron acusados de haber cometido dos atentados reivindicados por el IRA. Se les bautizó como ‘Los 6 de Birmingham’. El lingüista Malcolm Coulthard analizó la confesión de William Powell, uno de los acusados. Tras estudiar la coherencia global del texto, la sobreespecificidad de algunos detalles, las fórmulas de tratamiento, el uso de la repetición y otros elementos discursivos, el informe probó que la supuesta confesión había sido fabricada por los agentes de policía. Tras pasar 17 años en prisión, Powell y los demás fueron absueltos.

Durante 17 años, Unabomber sembró el terror en Estados Unidos enviando paquetes bomba a instituciones universitarias y aerolíneas. Como relatan en este artículo del archivo académico JSTOR, el caso se convirtió en una de las grandes obsesiones del FBI en los 90. Nada se sabía de la identidad del terrorista. Unabomber no dejaba pruebas. Pero su ansia por difundir sus ideas neoluditas acabó condenándolo. Publicó un manifiesto anónimo en el que el FBI pasó a centrar todos sus esfuerzos.

Sus 56 páginas escritas a máquina contaban que había vivido en Chicago, tenía estudios de doctorado y un estilo que determinaba su rango de edad. Además, David Kazcynski creyó reconocer a su hermano entre las líneas del manifiesto publicadas en ‘The Washington Post’. Ya con el nombre de Ted Kazcynski sobre la mesa, el FBI fue cerrando el cerco lingüístico sobre el sospechoso, quien fue detenido en 1995. Ted sigue en la cárcel y Discovery ha llevado su vida a la pequeña pantalla.

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¿Y qué pasa con el asesino de las comas? En 2013, la policía inglesa detuvo a David Ryan por no saber puntuar correctamente. En realidad, fue por maltratar, mutilar y asesinar a Diana Lee, a quien también había intentado estafar. Con el móvil de Lee, el asesino envió varios SMS para mantener a clientes y conocidos alejados de la casa. Gracias al uso incorrecto de comas y puntos, el investigador John Olsson puso a la policía tras la pista de Ryan.

¿Es más correcto usar un registro del lenguaje académico que uno coloquial? ¿Nos merecemos un castigo por no escribir «haber» en lugar de «a ver»? En el día a día, el buen uso del lenguaje y la corrección lingüística pueden (y deben) ser matizados. Pero si lo que queremos es tramar el crimen perfecto, no hay excusas para el buen uso del diccionario.

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Imágenes | iStock

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