Llegó a Netflix y a algunos cines escogidos la esperada película Roma, de Alfonso Cuarón, precedida por un aluvión de críticas entusiastas de los expertos más prestigiosos de las publicaciones y festivales más respetados. Así pues, era imposible aproximarse a esta nueva obra del oscarizado autor de una de las películas de la insufrible saga Harry Potter sin sentir en el cogote el aliento de los cinéfilos, agazapados detrás de uno de los brazos del sillón y esperando detectar en mis ojos el brillo extático del que contempla ARTE con mayúsculas. Pulso play.
roma en blanco y negro, como las instrucciones de ikea
A estas alturas, resulta ocioso detenerse en la trama de Roma, pues se ha analizado desde todos los puntos de vista como si se tratara de un manual de instrucciones de Ikea, con el que comparte gama cromática. Por otra parte, he de confesar que me vería en un aprieto si quisiera explicar de qué va la película.
Hasta donde llegan mis entendederas, Roma retrata el personaje de una empleada del hogar y a la acomodada familia mexicana para la que trabaja, que es un trasunto de la del director. La humilde mujer está encarnada por la actriz Yalitza Aparicio, cuya mirada es lo que más disfruté durante las más de dos horas de película, si exceptuamos los 20 minutos en los que caí dormido junto a mis dos gatos. Al despertar, me limpié la babilla de la comisura de los labios para dirigir de nuevo mi vista hacia la pantalla; y no me pareció que me hubiera perdido algo relevante.
La cámara seguía moviéndose por las dependencias de un casoplón mexicano y los personajes continuaban diciendo cosas. En realidad esto lo intuí por el movimiento de los labios, ya que el ruido ambiente de esta película es ensordecedor. Será un recurso artístico -no digo que no-, pero resulta molesto. Por fortuna, los diálogos que mantienen las dos empleadas domésticas, de ascendencia mixteca, se subtitulan; y eso que me llevé para el cuerpo.
Dice Cuarón que el noventa por ciento de las escenas representadas en la película son escenas tomadas de su memoria y, por lo que parece, la memoria del autor es una caja de grillos.
El caso es que, en medio de este guirigay, van sucediéndose acontecimientos relacionados con las vidas del personaje que interpreta Aparicio y de la familia, contextualizados en un momento y lugar muy concretos de la vida mexicana. Esto se ve por una escena de represión policial de una manifestación estudiantil que, según he podido saber gracias a Google, se corresponde con una masacre que tuvo lugar en 1971 y es conocida como el “Halconazo”.
tiros y artes marciales
Si dejamos a un lado la tragedia que supuso el acontecimiento histórico, en lo que se refiere a la película estamos ante una de los pasajes más emocionantes, aunque solo sea porque se ve gente corriendo y hay tiros. Para ser justos, en otro momento hay algo (no quiero dar muchas pistas para no desvelar el contenido de la película a los afortunados que aún no la habéis visto) relacionado con las artes marciales que también tiene su gracia. Y siguen pasando los minutos.
En este punto utilizo el mando de distancia de la televisión para ver, en la barra de progreso de Netflix, cuánto falta para llegar al final de esta experiencia cinematográfica. Poco, así que hago una pausa y me dirijo hacia la nevera para afrontar estos últimos minutos con un platillo de tomates “cherry”, que me gustan.
tomates «cherry»
Y, así, entre tomate y tomate, llegamos a una de las escenas finales de Roma (atención spoiler). Hay un niño que casi se ahoga y la sirvienta de la familia lo salva. Si esto sucedió en la infancia del autor, menos mal que el niño no era Alfonso Cuarón y no se ahogó porque, de haber sido así, no existiría la película ni este texto. Se demuestra una vez más que la vida es puro azar. Bueno, a lo que iba, el momento dramático está muy bien rodado en blanco y negro, con el sol reflejándose en las olas… y se me quedó un pellejo del tomate entre los dientes.
Llego al final haciendo ruidos con la boca y pasándome la lengua por los dientes por tener que ir a la cocina en busca de un palillo, a ver si me voy a perder algo en el último minuto. Pues no, la cosa termina y ya está.
roma vERSUS cold war
Termino reutilizando esta cita que en Twitter compartió el periodista Pedro Vallín: «A la hora de la verdad, cualquier producto mediocre tiene probablemente más sentido que la crítica en la que lo tachamos de basura» (Anton Ego, Ratatouille, 2007).
Coincido con él plenamente -aunque nunca tacharía de basura a Roma porque ¿quién soy yo?- y estoy seguro de que este futil comentario sobre la película apenas será leído por algún despistado que llegue a él por vete a saber qué red social. Mientras tanto, la cinta seguirá triunfando y recogiendo premios y estas tontas palabras, escritas en el océano digital, se perderán como todo lo que se escribe en el agua. También se perderá esta recomendación cinematográfica: Cold War, de Pawe? Pawlikowski.