Con motivo del estreno de la película Valerian y la Ciudad de los mil planetas, hemos pedido al experto en cómics, Álvaro Pons, un artículo sobre su precedente de tinta y papel.
Durante los años 60, el género de la ciencia-ficción se convirtió en los cómics franceses en un aliado indispensable de la rebelión sociocultural que vivía la calle. A través de las páginas de Barbarella, Jodelle o Pravda, el cómic evolucionaba rápidamente, aprovechando la coartada del erotismo como eficaz escudo para dejar de lado la etiqueta infantil y explorar temáticas adultas. El éxito de esta reivindicación adulta del noveno arte se tradujo en un sólido movimiento artístico alrededor de la historieta que nunca olvidó su raíz fantástica y que tendría en la figura de Moebius y el colectivo Humanoides a sus elementos más mediáticos.
El impulso fue tal que muchas revistas que habían sido abanderadas del cómic juvenil, tenían que progresar hacia los planteamientos adultos que reivindicaba el nuevo lector. La carismática Pilote, la mítica revista de Astérix, dejaba a su famoso galo para abrazar a principios de los 70 ese nuevo cómic, pero manteniendo una serie de ciencia ficción creada años antes, en 1967: Valérian, agente espacio-temporal.
valerian y el espíritu rebelde de los 70
La serie Valerian, firmada por el guionista Christin y el dibujante Mézières (curiosamente, compañero de pupitre y de estudios de Moebius), nacía imbuida en el espíritu progresista y rebelde de la década, presentando unos personajes que transitaban entre la pura aventura juvenil y la ciencia-ficción de Theodor Sturgeon e Isaac Asimov, pero que pronto encontraron un camino propio en el que el humanismo y la denuncia social marcaba el hilo conductor de las aventuras, pero rodeada de una imaginación desbordante capaz de recrear un universo entero en el tiempo y el espacio.
Aventuras como La ciudad de las aguas turbulentas se adelantan décadas a denunciar los posibles efectos del cambio climático y revelándose como uno de los primeros cómics que presentaban una conciencia ecológica militante, mientras que El imperio de los mil planetas o El embajador de las sombras se permitían recrear los sinsentidos de la política y señalar el alejamiento del pueblo de un poder corrupto.
Historias donde la épica del héroe que había monopolizado el cómic juvenil era sustituida por la epopeya del descubrimiento: los héroes ya no ganan batallas gracias a su fuerza y poder, sino que consiguen la paz y la cooperación por la palabra y la inteligencia. El humor y la ironía se erigen en las armas definitivas de una serie que, pese a la altisonante primacía masculina del título, pronto revela que su partenaire femenina es algo más que el tradicional objeto decorativo para reivindicar su coprotagonismo de igual a igual. Durante casi dos décadas, la serie Valerian seguiría un camino de calidad creciente que desembocaría en auténticas obras maestras del cómic como Metro Chatelet: Dirección Cassiopea o Brooklyn Station: Término Cosmos.
inspiración para george lucas
Pero si algo caracterizó también Valerian fue esa capacidad de invención continua de los autores, que llena cada viñeta de vitalidad exuberante, casi lujuriosa. Christin y Mézières dotaron a su universo de credibilidad obligándose a ejercer de demiurgos omnipotentes para crear complejos planetas donde cada detalle era imaginado, desde la flora más pequeña a la fauna más compleja, desde el alienígena más extraño a la sociedad más enrevesada. Crearon auténticos mundos, que fueron inspiración para todos los creadores que vinieron detrás, con George Lucas a la cabeza, que pobló su universo de guerras estelares de las ideas que Mézières y Christin crearon en sus viñetas.
Cerrada finalmente en 2010 con El abretiempos, las aventuras de Valérian y Laureline siguen vigentes casi cincuenta años después de su inicio, reivindicando su espacio en la historia del noveno arte y de la ciencia-ficción.
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