Su interés por disciplinas como la mecánica y las matemáticas hizo que este ingeniero e inventor, que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, fuese una de las figuras más importantes de su época.
Vida personal y académica de Leonardo Torres Quevedo
Aunque Bilbao (País Vasco) fue la ciudad que lo vio crecer, Leonardo Torres Quevedo nació en la localidad de Santa Cruz de Iguña (Cantabria) el 28 de diciembre de 1852. Cuando era adolescente y tras acabar sus estudios de Bachillerato, sus padres tomaron la decisión de que continuaría con su formación en el Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana de París (Francia). Tras regresar a la capital vizcaína, vivió durante una temporada con las señoritas de Barrenechea, que eran familia del padre. Este, ingeniero de ferrocarriles, se había trasladado con el resto de familiares a Andalucía por motivos de trabajo. La relación que entabló con ellas resultó tan buena que, al fallecer, le dejaron una suma de dinero cuantiosa que supo invertir en futuros estudios e investigaciones.
Tras graduarse en la Escuela Oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos de Madrid y experimentar su primer contacto con el mundo laboral, emprendió un viaje por Europa para ‘empaparse’ de los avances científicos y técnicos de entonces. A su vuelta a Madrid en 1889, la presencia de Torres Quevedo en la vida literaria, social y científica de la época ganó en notoriedad.
Además de su faceta como ingeniero e inventor, le interesó la pedagogía, lo que propició que quisiera ayudar a los docentes. De hecho, suyas fueron algunas de las patentes sobre máquinas de escribir y el puntero proyectable o láser que hay registradas. A nivel personal, se casó y tuvo ocho hijos. Falleció en Madrid el 18 de diciembre de 1936.
Dirigibles y transbordadores
Su interés por estudiar e investigar nunca se detuvo. Así, gracias a la ayuda del militar y aviador Alfredo Kindelán, desarrolló un nuevo dirigible semirrígido que destacó por sus avances en cuanto a seguridad respecto a los modelos rígidos y flexibles ya existentes. Este trabajo llamó la atención de la empresa francesa Astra, que años más tardé le compró la patente. En parte, lo hizo para construir vehículos autopropulsados que se usaron para luchar contra los zepelines de Alemania en la Primera Guerra Mundial.
En cuanto a transbordadores, el del Monte Ulía (San Sebastián, País Vasco) fue el primero que se creó para el transporte de personas. Estuvo en activo casi dos décadas. Destaca, asimismo, el Spanish Aerocar de las Cataratas del Niágara (Canadá). Inaugurado el 8 de agosto de 1916, todavía se utiliza. El modelo, suspendido sobre seis cables de acero entrelazados entre sí, está impulsado por un motor eléctrico que se mueve a una velocidad de siete kilómetros/hora.
Pionero en el campo de la cibernética
Aunque se comenzó a hablar de cibernética en la década de los años cuarenta del siglo XX, a Torres Quevedo se le considera su precursor. El punto de partida es su obra ‘Ensayo sobre automática. Su definición. Extensión teórica de sus aplicaciones’ publicada en 1914. En sus páginas no solo detalla los puntos clave de la automática, la ciencia de la automatización y sus aplicaciones, sino que ahonda en otras cuestiones como la máquina analítica del matemático y científico británico Charles Baggage. Para el inventor español, que apostaba por los sistemas electromecánicos, el error de su colega estuvo en emplear procedimientos de tipo mecánico en exclusiva. Fruto de sus investigaciones, puso en marcha las siguientes máquinas:
- El automata ajedrecista. El primer modelo fue construido en 1912 y presentado en el Laboratorio de Mecánica de la Soborna de París en 1914. Años más tarde, perfeccionó esta idea y desarrolló un segundo modelo en el que colaboró uno de sus hijos. Se trata de una máquina que juega al ajedrez, impulsada por movimientos inteligentes. Cuenta, además, con una serie de automatismos electromecánicos basados en las reglas de este juego de mesa.
- Telekino. Se le considera el primer dispositivo de radiodirección que funciona a distancia a través de ondas hertzianas. De hecho, su nombre surge de la combinación de las palabras griegas ‘tele’ (a distancia) y ‘kino’ (movimiento).
- Aritmómetro eletromecánico. Esta máquina electromecánica realizaba cálculos de forma autónoma. Lo hacía gracias a un dispositivo de entrada, otro de salida y una unidad de procesamiento y registro de valores que incluía, entre otros, electroimanes y conmutadores.
Su aportación al cálculo analógico: el husillo sin fin
Centró también sus investigaciones en las máquinas analógicas de cálculo que resolvían ecuaciones algebraicas. Dentro de este campo, ideó una calculadora en la que las cantidades se representaban mediante magnitudes físicas. El husillo sin fin fue una de sus piezas más importantes, pues este componente era capaz de expresar de forma mecánica la relación ‘y=log(10x+1)’ para obtener el logaritmo de una suma como suma de logaritmos. Al tratarse de una máquina analógica, la variable podía recorrer cualquier valor.
Reconocimientos a sus aportaciones
A lo largo de su trayectoria profesional, Torres Quevedo tuvo la oportunidad de dirigir el Laboratorio de Mecánica Aplicada. Luego se llamó ‘de Automática’ y en él se fabricaron diferentes instrumentos científicos. Fue, asimismo, miembro y después director de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid. Incluso llegó a tener un asiento en la Real Academia Española. Fuera de nuestras fronteras, la Academia de Ciencias de París le nombró miembro asociado en 1927.
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