Uno por uno: desmintiendo los bulos de los conspiranoicos de la COVID-19

bulos de la COVID-19

“Falsos test, falsos positivos”; “no somos delincuentes, queremos respirar”; “lo que mata es el 5G”; “queremos ver el virus”.

Los lemas, escuchados en la manifestación contra las medidas anti-COVID-19 celebrada el mes pasado en Madrid, se multiplican en redes sociales y resuenan en otras capitales del planeta. Da igual que las ciudades hayan sido golpeadas con dureza por la pandemia o que las autoridades sanitarias hayan evitado el envite del coronavirus. Para los conspiranoicos, todo y nada tiene sentido, al mismo tiempo.

Si tuviésemos que buscar un titular o un hashtag que reuniese todos los bulos que rodean la COVID-19, ese sería, probablemente, ‘plandemia’. Todo es parte de un inmenso complot que implica a las farmacéuticas, a Bill Gates, a las redes 5G, a los masones, a George Soros, al gobierno chino… A todos juntos o solo a algunos de ellos, depende de a quién se pregunte. El portal de verificación Maldita.es tiene registrados ya nada menos que 716 bulos sobre la pandemia.

Es contradictorio, sospecha de todo y esquiva la evidencia científica. Así es el pensamiento conspiracionista. Aun así, lo vamos a intentar. Vamos a desmentir los principales bulos de la COVID-19.

La mascarilla: NI INÚTIL, NI ASFIXIANTE

uso de mascarilla

La guerra contra las mascarillas no es algo nuevo. En la última gran pandemia, la de gripe de 1918, la sociedad y la política estaban profundamente divididas ante la obligatoriedad de su uso. Para unos atentaba contra la libertad personal. Para otros, era la clave para frenar la enfermedad. Parece familiar.

Los argumentos conspiranoicos contra el uso de mascarillas siguen dos líneas contradictorias: la mascarilla no sirve para nada y la mascarilla nos asfixia. Ambas afirmaciones son bulos.

Por un lado, las mascarillas son útiles en un contexto de epidemia. Es cierto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no recomendó su uso de forma extensiva al inicio de la pandemia, pero con el paso de los meses y el mayor conocimiento de la COVID-19, las autoridades sanitarias han apostado por introducir su uso como algo habitual e, incluso, obligatorio. Así funciona el pensamiento científico. Eso sí, aprovechamos para recordar que la mascarilla es una medida de protección más. Llevarla no nos hace inmunes. Es necesario utilizarla de forma adecuada y combinarla con el lavado frecuente de manos y la distancia social al tiempo que evitamos aglomeraciones y espacios cerrados en la medida de lo posible.

La mascarilla filtra el aire que exhalamos. Evita que las gotículas que expulsamos al toser y estornudar, pero también al hablar o respirar, lleguen a los demás o se depositen en superficies. En función del tipo de mascarilla y del uso que hagamos, ese filtrado será mayor o menor. Además, los científicos están cada vez más seguros de que el SARS-CoV-2 permanece en suspensión en el aire más tiempo de lo que se creía. Así que todo parece indicar que el uso de la mascarilla, sobre todo en espacios cerrados, seguirá extendiéndose por todo el mundo.

Al mismo tiempo, entre los conspiranoicos que defienden la ineficacia de la mascarilla también hay quien asegura que ese mismo artilugio, incapaz de frenar un virus, evita que salga el CO? que expulsamos al respirar y, poco a poco, nos ahoga. Las mascarillas están ideadas para dejar pasar los gases que respiramos. Un coronavirus mide 100 nanómetros de diámetro. Una molécula de CO?, 0,33 nanómetros. La diferencia es evidente.

El coronavirus existe y sigue enfermando y muriendo gente

imagen del coronavirus

Quieren ver el virus, pero miran para otro lado cuando alguien se lo enseña. Otro de los grandes argumentos conspiranoicos es el negacionismo puro. Nadie ha visto nunca el virus, así que no existe. El problema es que no es verdad. Mucha gente ha visto el virus y ya le han sacado muchas fotos. Es más, los coronavirus son un tipo de virus conocido desde hace medio siglo y el SARS-CoV-2, aunque acaba de ser descubierto, es probable que lleve tiempo pululando por el planeta.

Además, los miles de test PCR que se hacen a diario en todo el mundo son pruebas directas de la existencia del virus, ya que se basan en la detección de su material genético. Y es que la pandemia sigue a pleno rendimiento. Los contagios y las muertes vuelven a subir en España y en el resto de Europa, y la situación es particularmente preocupante en América Latina y la India, donde nunca llegó a frenarse la primera ola de la pandemia.

A día de hoy, según los datos de la Universidad Johns Hopkins, se han registrado más de 25 millones de contagios en todo el mundo y las muertes superan las 850.000. Los datos que maneja la Organización Mundial de la Salud (OMS) son similares. La pandemia no ha terminado, ni aquí ni en ningún país, y debemos estar preparados para convivir con la enfermedad durante bastante tiempo.

El dióxido de cloro no es un suplemento mineral milagroso

beber dióxido de cloro

Una de las principales plataformas detrás de la organización del movimiento conspiranoico y de la difusión de bulos de la COVID-19 en España es Médicos por la verdad. Entre algunas de las cosas que defiende esta organización está el uso del dióxido de cloro para tratar la enfermedad. O, como ellos lo denominan, el suplemento mineral milagroso (MMS, por sus siglas en inglés). Pero nada más lejos de la realidad.

Se trata de un producto peligroso para la salud cuya distribución es ilegal en muchos países. En España no se comercializa a través del canal farmacéutico y la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios trabaja por su retirada efectiva del mercado desde 2010. Según la AEMPS, consumir dióxido de cloro o clorito de sodio puede causar dolor abdominal, náuseas, vómitos, diarrea, intoxicaciones, fallo renal y metahemoglobinemia.

Es cierto que el clorito de sodio es un compuesto químico que, en soluciones muy bajas, puede usarse para potabilizar el agua (máximo 1 miligramo de clorito por litro de agua). Pero su uso mayoritario es como blanqueante (en especial, de papel) y como producto de limpieza. Según la agencia del medicamento de Estados Unidos, la FDA, consumir clorito de sodio es como beber lejía. Algo que, por muchos presidentes importantes que lo recomienden, pone en serio riesgo nuestra salud.

El 5G no contagia el virus ni activará los chips de las vacunas

torre de telefonía móvil

El 5G pasaba por allí cuando el coronavirus entró en escena. Los movimientos contra la nueva generación de redes móviles llevaban meses dando la voz de alarma. Y la COVID-19 era la pieza que faltaba en su puzle. Algunos defendieron en un principio que el virus se propagaba a través de las ondas electromagnéticas y las redes de telefonía. Como consecuencia, se registraron numerosos incendios en torres de 5G (aunque también de 4G y 3G).

Las autoridades (desde la OMS hasta los gobiernos) insisten que no existe prueba alguna de la conexión entre la propagación de la enfermedad y el 5G. Somos los seres humanos los que contagiamos la enfermedad (ni siquiera los murciélagos). El virus ha evolucionado para sacar partido a nuestros hábitos y no para volar impulsado por las redes de telecomunicaciones del futuro.

Otra de las vertientes de este bulo tiene que ver con las vacunas. Sobre el mayor avance en la salud pública de la humanidad se han escrito libros de conspiraciones y, como no podía ser de otra forma, las fake news se han adaptado al nuevo escenario del 5G y el coronavirus.

Una de las últimas ‘conspiranoias’ relaciona las redes móviles, la vacuna, la inteligencia artificial, los chips cuánticos y a Bill Gates y Elon Musk en unas pocas líneas. Todo parece surgir de una entrevista con el escritor británico y divulgador de teorías conspirativas David Icke. Según él, el plan final de la pandemia sería aprovechar la vacuna para introducir chips cuánticos en el cuerpo humano mediante los cuales acabar controlando la población y conectándola a una inteligencia artificial superior.

Este plan perfecto sería obra de Bill Gates y Elon Musk, quien llevaría años preparando su red de satélites Starlink para dominar el planeta. Puesto así, sobre el papel, suena hasta como un buen guion de ciencia ficción. Pero, por si acaso quedan lugar a dudas, este artículo del portal de verificación de AFP lo deja todo muy clarito. Nada de esto es cierto. Es un batiburrillo de medias verdades, experimentos sacados de contexto y mucha, mucha, imaginación.

En una situación excepcional, con una pandemia que nos ha puesto contra las cuerdas y que amenaza con prolongarse en el tiempo, cuando la coordinación y la cooperación son más necesarias que nunca, los bulos se vuelven más peligrosos que nunca. Como ciudadanos, estamos en nuestro derecho a cuestionar la información que recibimos. Pero ser escépticos no debe hacernos inmunes a la evidencia.

En Nobbot | ¿Nos podemos defender de los bulos? Ella tiene la respuesta

Imágenes | Wikimedia Commons, Unsplash/Denis Jung, CDC, Kelly Sikkema, Jack Sloop

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