Los elefantes tienen muy buena memoria, cuentan con un alto nivel de inteligencia emocional y pueden reconocer su propia imagen en un espejo. Y esto es solo el principio de la lista de curiosidades que los hace tan fascinantes. Los mamíferos terrestres más grandes del mundo tienen una gestación de 22 meses y pueden llegar a pesar hasta diez toneladas. Tan solo en la trompa, tienen 100.000 músculos diferentes.
La caza furtiva y la degradación de su hábitat son las principales amenazas para estos animales, que en libertad pueden llegar a vivir más de 70 años. Otra causa común de fallecimiento es la desnutrición, una vez que pierden su dentadura. Sin embargo, raras veces mueren a causa del cáncer, algo que ha despertado la curiosidad de la comunidad científica desde hace años. Un estudio publicado recientemente en la revista Cell ha dado un paso más para descubrir por qué. Detrás está un «gen zombi” que mata las células dañadas, en lugar de intentar repararlas.
La paradoja de Peto
Nuestros organismos, los de los elefantes y los de cualquier otro ser vivo están formados por células que se dividen de forma periódica para reemplazar a las ya envejecidas o muertas. Cuando alguna célula presenta un daño, se autodestruye para evitar que el error se transmita al dividirse. Sin embargo, este sistema de control puede fallar. Si esto sucede, la célula dañada y sus descendientes se dividen de forma descontrolada, lo que puede dar lugar al cáncer.
Los elefantes tienen casi 100 veces más células que el hombre. A priori, podríamos pensar que, a mayor número de células, más posibilidades de que alguna presente un daño y se genere un tumor o un nódulo. Sin embargo, no es así. No existe una relación entre el número de células y las posibilidades de contraer cáncer entre diferentes especies. Los ratones tienen muchas más posibilidades de contraer esta enfermedad que los humanos. Y los humanos más que animales tan grandes como los elefantes o las ballenas.
Esto se conoce como la paradoja de Peto. Fue formulada 1977 por el epidemiólogo estadístico Richard Peto, quien observó que, en una base de célula por célula, los humanos eran mucho menos susceptibles al cáncer que los ratones.
20 frente a uno
Cuando una célula presenta un daño entra en juego el “guardián del genoma”. Es decir, el gen supresor tumoral p53, encargado de ordenar matar las células dañadas y evitar que se propaguen. Los seres humanos cuentan con una copia de este gen. Los elefantes, con veinte. Por naturaleza, los organismos de muchos seres vivos optan por intentar reparar las células dañadas en lugar de destruirlas. Sin embargo, los elefantes suelen activar la segunda opción. En cuanto una célula se convierte en un riesgo de cáncer, el p53 ordena matarla. ¿Por qué?
Un estudio publicado recientemente en la revista Cell ha dado con otra de las piezas del rompecabezas. Se trata de un gen inhibidor de la leucemia (LIF, por sus siglas en inglés). Mientras que los organismos pequeños solo tienen una copia de este gen, los elefantes suman entre siete y once. Uno de ellos, el LIF6, tiene un cometido muy concreto: ejecutar las órdenes del p53. Es decir, matar las células potencialmente cancerígenas.
Tras causar daños genéticos en células de elefantes africanos en un laboratorio, los científicos pudieron comprobar cómo el p53 activaba el LIF6, que mataba las células dañadas. Hasta el momento, el LIF6 solo ha sido encontrado en elefantes.
Un ‘gen zombi’
Este gen inhibidor de la leucemia apareció en los organismos de los elefantes hace unos 59 millones de años. Los científicos sostienen que en un principio pudo no haber tenido la utilidad actual (o haber sido totalmente inútil). Sin embargo, en algún momento de la historia “despertó” y se hizo operativo. Para mantener las células dañadas a raya.
Un cambio que puede haber sido una de las razones fundamentales por las que los elefantes, tras siglos de evolución, hayan conseguido alcanzar tamaños tan grandes y una alta esperanza de vida sin la limitación del cáncer.
Sin embargo, la actuación conjunta del p53 y el LIF6 no parece ser lo único en juego. Los científicos sostienen que esto es probablemente parte de un proceso más amplio que todavía está sin estudiar.
En un principio, la idea de que el LIF pudiese jugar un papel en la contención del cáncer sorprendió a los científicos, ya que también tiene relación con la fertilidad. Ahora, figura como un elemento más del rompecabezas. Una pista más a tener en cuenta en la investigación para encontrar la cura contra el cáncer.
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