¿Y si la mejor defensa contra las “fake news” fueran más “fake news”? 

La desinformación y las fake news en las que se sustenta han llegado para quedarse y pudiera ser, incluso, que solo nos halláramos en los inicios de este fenómeno. Trump y sus discípulos, Facebook y sus distintas redes o los servicios de inteligencia rusos son algunos de los más poderosos constructores de esta torre de naipes de la posverdad que, a pesar de los deseos de los ciudadanos más comprometidos, es más firme de lo que sería de desear.

Y es que, según demuestran numerosos estudios, nos complace más una mentira confortable que una verdad incómoda, sobre todo si no se corresponde con nuestra ideología (quizás habría que decir emotividad) política. Hay veces que el sentimiento de pertenencia a un grupo es tan fuerte que consigue que nuestra cabeza funcione diferente (peor) ante un mismo dato.

“En el caso de una noticia amañada que perjudique al partido de la competencia, no ponemos nada en duda. A veces hasta creemos recordar que los hechos fueron tal y como nos los están contando”, dice Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto.

Mucho antes que ella, Francis Bacon, en Novum Organum, afirmaba que:

«El espíritu humano no recibe con sinceridad la luz de las cosas, sino que mezcla en ellas su voluntad y sus pasiones; así es como se hace una ciencia a su gusto, pues la verdad que más fácilmente admite el hombre es la que desea».

Uberización de la realidad

 Estos sesgos psicológicos se han visto reforzados, además, por el papel menguante de los tradicionales filtros de la verdad. La “uberización de la realidad” ha encontrado un entorno perfecto para desarrollarse en la desprofesionalización del trabajo de la información que ha debilitado sus clásicos monopolios, desde la universidad hasta la prensa.

Por lo menos así lo piensa Raúl Magallón, autor de UnfakingNews, quien señala que la desinformación puede producirse por cuestiones económicas (“clickbait”), por tribalismo y refuerzo de nuestros prejuicios, para intentar cambiar la opinión de forma camuflada o, sencillamente, para dividir.

fake news, medio y mensaje

Y, para lograr objetivos, no solo se utilizan datos sesgados, cuando no falsos, sino que cobran un nuevo protagonismo distintos formatos que han resultado exitosos a la hora de lograr difusión en las redes sociales. Las fake news apelan a lo irracional y, por ello, es importante no perder demasiado tiempo en explicar la información “alternativa” sino que resulta más eficaz centrar los esfuerzos en videos, imágenes y soportes más digeribles en este tiempo fragmentado y vertiginoso. 

GIFs, contenidos de humor y narraciones rápidas resultan idóneos para captar la atención entre tanto estímulo virtual. Como escribió Steve Tesich en un artículo en The Nation publicado a raíz de la primera Guerra del Golfo: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo de posverdad”. Y, a poder ser, que esa posverdad nos llegue en forma de divertido meme.

Frente a esta situación, que ha empezado a desesperar -aunque con Zuckerberg nunca se sabe- al dueño de Facebook, Instagram y WhatsApp -las redes más utilizadas para difundir fake news-, han surgido iniciativas de verificación de noticias como Newtral o Maldita.es que, en parte, han hecho suyos estos formatos, conscientes de que el medio puede ser el mensaje.

Pero dijimos al principio que, quizás, solo nos hallemos ante el comienzo del fenómeno de la posverdad. En el peor de los escenarios podemos ver cómo los agentes –políticos, empresariales, etc- interesados en un mayor desarrollo de este ecosistema de la mentira pueden desarrollar unidades especializadas de propaganda y desinformación digital.

¿Mentir para contar la verdad?

 Por todas estas razones, es pertinente preguntarse si no llegaremos a una situación en la que luchar contra la mentira requiera exagerar la verdad; en la que la mejor respuesta a una información falsa basada en lo emocional, sea otra información «real» pero sesgada o maquillada, más fácilmente titulable y tuiteable.

Pienso aquí en la pareja de fotógrafos que trabajó bajo el pseudónimo Robert Capa durante la Guerra Civil española y a la que debemos algunas de las imágenes más certeras sobre lo que ocurrió en esa tragedia nacional. Imágenes que fueron un fiel retrato de la contienda, tan fiel que podría ser falso, como apuntan investigaciones posteriores en la que se plantea la posibilidad de que algunas de sus más celebradas fotografías fueran manipuladas con fines propagandísticos.

Tal como explica Raúl Magallón, “la desinformación empieza justo en el momento en el que dejamos de dudar, porque esa duda es la que nos permite acercarnos y establecer nuevos diálogos con los otros. Sin esa capacidad de aprendizaje no podremos afrontar nuestras propias contradicciones”.

En esta línea de pensamiento que se apoya en la incertidumbre sobre nuestro propio proceder y forma de pensar, mi duda es si no será una eficaz mentira, útil, de signo “positivo” y con un sustrato cierto, la mejor manera de combatir la posverdad. No es cinismo, es miedo.

Este artículo fue publicado originalmente en Consumerismo, la revista de FACUA.

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