José M. Martín Civantos, el arqueólogo que combate la sequía con tecnología del siglo VIII

El laboratorio MEMOLab de la Universidad de Granada (UGR) está recuperando las acequias que introdujeron los musulmanes para mejorar los cultivos de la región. Tecnología del siglo VIII para combatir la sequía del siglo XXI. Al frente de esta iniciativa se encuentra el doctor en historia y arqueología medieval José María Martín Civantos.

Profesor titular en el departamento de Historia Medieval de la Universidad de Granada, ha coordinado distintos proyectos europeos para promover estrategias de desarrollo sostenible en los paisajes mediterráneos de montaña. Ahora lidera la iniciativa H2020 InCulTum para favorecer la educación cultural a través de los viajes, así como el laboratorio de Arqueología Biocultural MEMOLab.

ACEQUIAS versus AGRICULTURA INTENSIVA

Con ayuda de voluntarios, están restaurando en distintas campañas la intrincada y kilométrica red hidráulica musulmana del área de Granada y Almería. Esto permitirá hacer frente a los problemas derivados no solo de la sequía, sino también de la agricultura intensiva y su enorme presión sobre las reservas de agua.

– ¿Se podría decir que practica la arqueología para mejorar la vida de la gente?

Esa es, en buena medida, la intención. Se trata de aprender del pasado para mejorar nuestro presente e intentar garantizar nuestro futuro. Nuestro laboratorio se centra principalmente en el estudio de la relación histórica del ser humano con el medio ambiente, la utilización de los recursos y la generación de paisajes culturales. Lo hacemos desde una perspectiva participativa y conscientes de que la única manera de mantener y conservar ese patrimonio es que siga estando vivo y siga siendo útil.

LA PRIMERA REVOLUCIÓN VERDE

– Contaba en una entrevista a ‘The Guardian’ que la revolución agrícola islámica fue la primera revolución verde de la historia. ¿Qué técnicas y conocimientos sobre el agua aportaron?

Las acequias para el regadío, tal y como aún las podemos ver, se construyeron en época andalusí. No quiere decir que con anterioridad no existieran canalizaciones muy sofisticadas, como los acueductos romanos. Pero, cuando hablamos de sistemas de regadíos, nos referimos a complejos espacios productivos que representan una opción social preferente. No todas las sociedades tienen capacidad de diseñar y organizar estos sistemas. La conquista árabe llevará a un cambio productivo muy importante que repercutirá también en los paisajes y la organización del territorio, de manera que entre los siglos VIII y X ya estarían constituidos la mayor parte de los sistemas de regadío y fijados los derechos de agua.

– ¿Cómo ha logrado sobrevivir tantos siglos este sistema?

El regadío y los manejos del agua fueron esenciales para el desarrollo económico de Al-Ándalus. Solo así se explica, por ejemplo, el esplendor de los Omeyas y de la Córdoba califal. Permitió introducir nuevos cultivos que provenían de zonas tropicales y monzónicas y adaptarlos al clima mediterráneo. Esto contribuyó a una mayor diversificación de producciones, rotaciones y asociaciones de cultivos. Pero, sobre todo, permitió mantener la autonomía de los grupos campesinos, al mismo tiempo que se generaba un excedente productivo esencial para el desarrollo de las ciudades, la industria o el comercio. Un claro ejemplo será el del cultivo de morales y la cría del gusano de seda, que dará lugar a una floreciente actividad económica y a la exportación de hilo y tejidos a lo largo de todo el Mediterráneo y Europa hasta la expulsión de los moriscos.

UNA SOLUCIÓN A LA CRISIS AMBIENTAL

– ¿Qué convierte a las acequias en una solución moderna para combatir el cambio climático?

Son técnicas sencillas, pero, al mismo tiempo, enormemente sofisticadas. Se construyen normalmente en tierra, excavando los canales directamente sobre el terreno. Casi todos los materiales son locales y requieren un mantenimiento y limpieza anual. Todos los años hay que levantar las presas, limpiar galerías, manantiales y balsas y, sobre todo, las acequias. El diseño de las redes de acequias y la distribución del agua, incluyendo la fijación de derechos y de los mecanismos de gobernanza, son el resultado de los propios conocimientos ecológicos locales de los grupos campesinos que construyeron los sistemas de regadío y los han mantenido y gestionado a lo largo de los siglos. No hay ningún otro modelo alternativo que no sea la industrialización y tecnificación, sustituyendo las acequias por riego a presión en tuberías, que supone una destrucción de los sistemas históricos, sus valores y servicios ecosistémicos y los paisajes culturales asociados a ellos. Si reconocemos y retribuimos los servicios que nos prestan, estos sistemas podrán mantenerse como parte de la solución a la crisis ambiental en la que estamos inmersos.

– ¿En qué estado se encuentran las acequias y cómo las están recuperando?

Hay miles de kilómetros de acequias funcionando. Muchas se han ido abandonando total o parcialmente. Otras se han ido transformando mediante el encementado de sus cauces. Y otra gran parte se están entubando y, por tanto, desapareciendo en aras de un desarrollo mal entendido y un concepto de eficiencia orientado solo a la productividad, que olvida la multifuncionalidad de las acequias, en particular, y de la actividad agraria en general.

– ¿Cómo surgió la idea de volver a ponerlas en valor?

La iniciativa de recuperación de acequias surge del propio contacto con los regantes, cuando ellos mismos nos interpelan y plantean para qué sirve nuestra investigación, en qué les repercute a ellos. Hay que entenderlo como una herramienta de intervención social que pretende, sobre todo, provocar, dinamizar y poner en marcha procesos participativos, de reflexión, de debate ligados a la acción.

AHORRO DE AGUA

– ¿Se puede combatir la industrialización agraria con las acequias?

Es el principal problema al que se enfrentan las comunidades de regantes. La intensificación e industrialización de la actividad agraria está arrasando nuestros paisajes y esquilmando nuestros recursos. Y dejando también un reguero de contaminación a su paso. El problema es que todo esto se hace en aras de un concepto de ‘eficiencia’ exclusivamente productivista y extractivista que no tiene en cuenta la multifuncionalidad de la agricultura.

Se defiende, además, el ahorro de agua, cuando ya está más que demostrado que estos sistemas productivos industrializados gastan mucha más agua. Al destruir esos sistemas tradicionales, estamos perdiendo mucho más de lo que pensamos. Son sistemas que han demostrado ser enormemente sostenibles y resilientes a lo largo de generaciones. Y han generado paisajes llenos de valores culturales, sociales, productivos, ambientales y estéticos que no solo representan un capital descomunal, sino que son clave para garantizar nuestro futuro como especie.

– Ha calculado que solo entre Granada y Almería hay unos 24 000 kilómetros de acequias. Y que ya hay topografiados 3000 kilómetros en el entorno de Sierra Nevada. ¿Cómo se puede actuar y hacer algo efectivo, a la vista de estas cifras?

No hay datos precisos, aunque hay un mapa de regadíos de Andalucía que recoge mucha información. A través del trabajo desarrollado en estos años por nuestro laboratorio con las comunidades de regantes de Granada y Almería, hemos podido cartografiar y recopilar datos que resultan sin duda sorprendentes. Nuestros cálculos recogen que solo en estas dos provincias existen al menos unas 550 comunidades de regantes y más de 830 espacios de riego históricos y tradicionales que suponen casi 200 000 hectáreas de regadío y 90 000 regantes, como se puede ver en la web sobre regadíos históricos. Los análisis espaciales realizados nos indican que eso podría haber supuesto hasta unos 24 000 kilómetros de acequias. La inmensa mayoría de esos sistemas y acequias son de época medieval y tienen al menos mil años de historia.

PARTICIPACIÓN CIUDADANA

– ¿Desde cuándo llevan rescatando las canalizaciones musulmanas?

En el año 2014 comenzamos un programa de recuperación y limpieza de acequias junto a las comunidades de regantes. Empezamos en Cáñar, en La Alpujarra (entre Granada y Almería), con la acequia de Barjas. Tuvo un gran impacto no solo local, sino también académico, en la prensa y en el ámbito de la gestión cultural, que incluyó la concesión de un premio de la Asociación Hispania Nostra.

Hemos colaborado en la recuperación de catorce acequias que se encontraban abandonadas, algunas incluso desde hace cuarenta años, así como en la limpieza anual de al menos otra treintena. Esto ha supuesto actuar sobre más de ochenta kilómetros de acequias y la participación de al menos 1500 personas. La última acequia recuperada no ha sido, de hecho, en Andalucía, sino en Aldeanueva de la Vera (Cáceres), junto a la comunidad de regantes de los Ocho Caños. La próxima que esperamos restaurar es la de Aynadamar, la que daba agua al Albaicín (Granada) y a Granada capital al menos desde el siglo XI hasta la década de los años ochenta del siglo XX.

– ¿Qué componente histórico tiene la acequia de Aydanamar?

Es una acequia que probablemente ya existía con anterioridad para el regadío de los pueblos por los que pasa (Víznar y El Fargue, Granada) y que, en el siglo XI, cuando se refunda Granada, se prolongó para abastecer a la ciudad. Así empezó a generar también un espacio periurbano en la ladera que se fue llenando no solo de huertas y jardines, sino también de casas y palacios que en parte pasaron luego los nuevos poderes castellanos después de 1492.

Eso ha hecho que la acequia tenga un sentido identitario muy importante para la ciudad, que se ve reforzado por la Fuente Grande o Fuente de Aynadamar, donde nace el agua que es transportada por la acequia desde unos quince kilómetros de distancia. En los alrededores de ese lugar, además, era donde llevaban a los represaliados republicanos para asesinarlos durante la Guerra Civil. Allí fue donde mataron a Federico García Lorca y sus compañeros. Es pues, una acequia con un gran significado histórico, que va más allá del regadío o del abastecimiento de la ciudad.

– ¿En qué situación se encuentra en la actualidad?

El último tramo de la acequia, que llegaba desde la localidad de El Fargue hasta Granada, fue abandonado en los años ochenta por la falta de uso a nivel urbano. Eso se tradujo en la colmatación de parte de su cauce o en su destrucción por la erosión y por las modificaciones de caminos y carreteras. En 2016 propusimos a la Universidad de Granada recuperar el tramo de la acequia perdido, de aproximadamente unos 2,5 kilómetros. Ese tramo daba agua al antiguo Pago de Aynadamar, célebre en época nazarí por sus palacios, casas de recreo y huertas. Actualmente llega al campus de la Universidad, que sigue siendo miembro de la comunidad de regantes de Aynadamar y ha recuperado su derecho al uso del agua de la acequia.

El primer objetivo es que no se rieguen los jardines del campus con agua potable, sino con la que viene de la fuente, y junto con ello contribuir a la recuperación patrimonial del campus que está acometiendo la universidad. El proyecto se ejecutará en este año, una vez que ha sido aprobado junto con la financiación de la propia universidad de otras instituciones locales que han querido contribuir.

– ¿Quiénes van a trabajar en la recuperación Aynadamar?

Será una actividad participativa abierta a voluntarios no solo de la propia universidad, sino de la ciudadanía en general, con especial atención a los colegios e institutos y a las asociaciones locales. El trabajo se llevará a cabo ‘a usos y costumbres’, respetando el trazado original y su valor patrimonial y restaurando ambientalmente el cauce y su entorno. La acequia deberá llegar al conocido como Albercón del Moro, una gran alberca cuadrangular de más de 40 metros de lado datada al menos en época nazarí (siglos XIII-XV). El agua volverá a llenar este depósito para desde ahí distribuirse al resto del campus universitario.

LA RESPONSABILIDAD DEL MANTENIMIENTO

– Una vez recuperadas las acequias, hay que mantenerlas. ¿Cómo se consigue ese siguiente paso?

Las acequias las cuidan y las mantienen las comunidades de regantes. Muchas se encuentran muy debilitadas socialmente por pérdida de población, envejecimiento y pérdida de los valores y prácticas comunitarias. Son sistemas tradicionales que se encuentran en una crisis agraria y económica dentro del contexto de producción intensiva y superintensiva. Pero las propietarias y responsables son las comunidades de regantes, que siguen ejerciendo su función a pesar de las dificultades y de la falta de apoyo por parte de las administraciones.

– ¿Cuáles son los principales retos y dificultades que están encontrando?

Los principales tienen que ver con la crisis agraria, la pérdida de población, el envejecimiento de la población que se queda y la pérdida de conocimientos ecológicos locales y prácticas tradicionales y comunales. Esto está en relación directa con la crisis de renta, pero muy especialmente con la falta de reconocimiento por parte de las administraciones a la labor tan importante de estos sistemas y comunidades.

– ¿Qué resultados prácticos pretende lograr la estrategia del laboratorio MEMOLab?

El resultado práctico es el mantenimiento y la preservación de los sistemas históricos de regadío y manejo de agua y de las comunidades que los gestionan. El mantenimiento de la práctica agraria y de los valores y servicios ecosistémicos que generan, mejorando al mismo tiempo las condiciones de vida y de trabajo de los propios agricultores y pastores.

– ¿A qué otras zonas de España se podría exportar esta iniciativa?

No en todos los territorios se han conservado históricamente los sistemas de regadío. En muchos lugares desaparecieron tras las conquistas feudales y los procesos de repoblación. Córdoba es uno de esos territorios, aunque todavía quedan algunos sistemas interesantes. Sin embargo, hay regadíos históricos de origen andalusí en muchas zonas. Los más conocidos son los regadíos levantinos, principalmente las grandes huertas, como la de Valencia, Murcia, Alicante y Elche. Pero también encontramos regadíos históricos en muchos otros pueblos de toda la península íbérica, como los de la Sierra de Segura, los de las sierras del norte de Cáceres, la Sierra de Guadarrama, en Teruel…

Hay también muchos regadíos históricos que no son de origen islámico o que se crearon ya en época moderna. Existe una gran variedad geográfica, tipológica y cultural que es también parte del rico patrimonio hidráulico. Todos ellos generan los mismos servicios ecosistémicos y tienen los mismos valores. En todos ellos se pueden ir replicando las iniciativas, como ya se ha hecho en La Vera (Cáceres), Letur (Albacete) y Guadarrama (Madrid).

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Imágenes | Cedidas por José María Martín Civantos, Elena Correa y UGR

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