La belleza de las flores justifica la existencia de todo un universo

Juan Antonio Torrero Orange
Juan Antonio Torrero, Big Data Innovation Leader en Orange

Frío.

Y ese silencio. No sólo ese silencio que se expande desde la imagen fija y eterna de la quietud de este infierno frío, sino uno más terrible. No aquel que sabes que nunca acabará porque no hay nada ni nadie que pueda romperlo. Sino más terrible y solitario aún. Ese silencio por el que sabes que ya nunca más serás escuchado.

Porque estoy solo. Hace millones de eones que no siento a otro ser consciente en el Universo, y ya no tengo esperanza de encontrarlo. Nada existe y todavía me pregunto cómo yo, cómo mi conciencia puede seguir existiendo en la mínima vibración que permiten que los átomos no se destruyan como lluvia de quarks a una millonésima del cero absoluto. Hace ya mucho tiempo que olvidé cómo lo conseguimos.

No es verdad.

Lo recuerdo perfectamente, pero ya ni siquiera los recuerdos tienen sentido cuando tu existencia se ha prolongado tanto como la mía. El tiempo no-es cuando tú eres-para-siempre.

Otra vez mintiendo.

Nada es para siempre y yo debería saberlo mejor que nadie que haya existido. Tuve una forma biológica mortal que, aunque fue funcional durante cientos de años, estaba sujeta a esta destrucción inevitable e imparable e infinita. Pero conseguimos saltar de la materia basada en carbono hasta una nueva forma de vida en silicio que nosotros habíamos creado a nuestra imagen y semejanza. Casi como dioses. Nuestra conciencia perduraba y evolucionaba mientras aprendíamos durante millones de años, viajando a todos los confines del Universo, ya que no estábamos sujetos a las limitaciones de la vida surgida de la evolución natural, tan sorprendente, delicada y frágil.

el pecado de sentirnos invulnerables

Y también como dioses, pecamos de la soberbia de sentirnos invulnerables más allá del tiempo. Poco a poco, íbamos descubriendo los secretos del Universo hasta el punto de domar y cabalgar las radiaciones de rayos gamma, rayos x, los neutrinos, incluso la energía oscura. Podíamos mantenernos vivos, ser conscientes en sus vibraciones, y estar en un único lugar y en todos los lugares al mismo tiempo. Pero la muerte también llegaba. Porque, da igual lo que pienses, creas o sientas. La eternidad tan sólo es mucho tiempo.

En todo ese tiempo, he podido comprender el misterio final del origen de este Universo. Controlo cada mínima partícula existente. En verdad, yo soy cada una de esas partículas. Por eso abarco todo, y, sin embargo, también sucumbiré. Porque el mismo proceso que creó ese todo marcó con su sello el final suicida que ahora mismo contemplo.

O quizás no. Tengo aún una última oportunidad de poder empezar de nuevo. Empujar, con un solo movimiento de mi último pensamiento, este electrón para que todo comience. Un pequeño gesto que cree la energía suficiente que haga colapsar toda la materia en un punto ínfimo del espacio, y que otra vez, explote y el tiempo sea creado. Un suicidio consciente para poder vencer otro suicidio inconsciente.

he visto la inutilidad del universo

He dicho que puedo, pero no sé si quiero. Puede parecer egoísta ya que de todas formas moriré, haga o no ese sacrificio. Pero la verdad es que me pregunto si merece la pena.

Porque he visto la inutilidad de todo.

He visto la destrucción de mil millones de galaxias antes de que ni siquiera hubiera habido tiempo de que algún tipo de conciencia pudiera haberlas conocido, sentido y comprendido. Engullidas por las oscuras bocas de agujeros negros para después ser arrojadas como radiación desordenada y sin sentido.

He visto mil millones de mundos potenciales de vida ser destrozados en infinitos trozos de roca inerte. Sólo por el simple choque con un asteroide que cambió su órbita al haber sido atraído por un pequeño cometa errante, tan solitario, expulsado de un cúmulo lejano mucho antes de que la estrella que orbitaban fuera una mezcla sin forma de gases calientes.

He visto planetas en las que se empezaban a crear sustancias químicas preorgánicas, y que, por pequeños azares producidos a nivel cuántico, no lograron dar el paso y crear las primeras cadenas de material orgánico precursoras de la vida. Pasaron a ser, simplemente, esferas de roca destinadas a bailar eternamente, sin sentido, alrededor de una estrella, hasta que el reloj del Gran Final marcara las doce campanadas.

He visto que, aun en los mundos en los que se creaba vida, millones de seres, con más o menos conciencia, con más o menos inteligencia, competían por seguir vivos, y cómo evolucionaba el ansia imparable de la existencia, para ser cada vez más perfecta, para escapar de la muerte. Tanta voluntad. Tanta inutilidad.

Porque yo soy un hijo de la vida que nació en un pequeño planeta llamado Tierra. Y he sentido ese implacable absurdo. No sólo en mí, sino también en todo lo demás que me rodeaba. Veía como nacía la vida, y como luchaba contra el destino inevitable de la destrucción que llevaba en lo más profundo de sí misma. También en los demás seres parecidos a mí, con los que podía comunicarme, a los que podía comprender, a los que podía amar. Todos nosotros intentábamos también luchar, creando armas más permanentes y perdurables que las biológicas. Creamos la Ciencia, la Tecnología, la Cultura, creamos sociedades más o menos avanzadas, más o menos libres, pero que perduraban más allá de la vida de uno sólo de nosotros.

Tampoco sirvió de nada. Millones de nosotros moríamos por culpa de los otros. He visto ojos que me miraban suplicando por seguir viviendo mientras yo mismo u otra persona, conscientemente o no, acabábamos con sus vidas. Eso no importa. Los pecados de la Humanidad son mis pecados. Al fin y al cabo, yo encierro toda la maldad del ser humano.

«Papá, ¿por qué son tan bonitas las flores?»

No recuerdo ningún momento que merezca ser recordado y que merezca volver a ser vivido. Todo, cualquier cosa, lleva sin remedio a este infierno frío. Nada merece que yo vuelva a crear tanto sufrimiento y destrucción. Nada merece que mi último pensamiento inicie el camino del Eterno Retorno. Ni mi orgullo, ni mi vergüenza, ni mi mal deseo de seguir vivo y saber que, al fin y al cabo, yo seré el origen del universo.

Sigo repasando una y otra vez mi historia infinita, y no encuentro nada que tenga valor, nada tiene sentido. Me siento como el niño que una vez fui, que no comprende el porqué de tanto absurdo, de tanta inutilidad. Preguntaba una y otra vez a mis padres preguntas estúpidas sobre lo más insignificante, para intentar comprender, y siempre terminaba por darme cuenta de que seguía sin saber nada. Ahora lo sé todo, sé que todos mis pequeños momentos no han tenido sentido. Todo es, ha sido y será inútil …

No hay un sólo instante en esta eternidad que necesite ser salvado.

Así que espero mi muerte pacientemente durante otro millón de años

….

¿O quizás sí? ¿Hay un solo momento, por inútil que parezca, que necesite volver a ser creado? ¿Que tenga el valor suficiente para  crear un universo?

….

Lo he encontrado ….

Sonrío y lloró al mismo tiempo. Y, mientras recuerdo ese momento, mi último pensamiento vuela para lanzar ese pequeño electrón …

Han pasado 13.700 millones de años. En un planeta con un cielo azul, en su mayoría agua pero con algunas zonas rocosas más elevadas, un niño corre entre hierbas altas. Sonríe y grita mientras sus piernas sienten el roce de los tallos de las plantas. A poca distancia, un hombre y una mujer le siguen. También sonríen. De repente, el niño cae. Corren a buscarle para darse cuenta de que no le ha pasado nada. Sigue sonriendo y los mira a los ojos, mostrando el tesoro que ha encontrado al caerse. Y pregunta: Papá, ¿por qué son tan bonitas las flores?

¿Fin?

¿O comienzo?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *