Aunque la tasa de alfabetización varía enormemente entre diferentes regiones y países, vivimos en un mundo donde la lectura es un componente esencial en la inmensa mayoría de culturas, y un pilar fundamental de los sistemas educativos.
Más del 86 % de la población mundial mayor de 15 años es capaz de leer y escribir al menos a un nivel básico. Y es que la capacidad de los seres humanos de leer es una de las habilidades más sorprendentes de nuestra especie.
Los lectores expertos podemos leer todo tipo de textos, desde los más simples hasta los más complejos, con gran rapidez y precisión. ¿Cómo lo hacemos?
Los mecanismos principales de la lectura
Leer una palabra implica varios procesos que nuestro cerebro realiza en cuestión de milisegundos. Para poder llegar a procesar el significado de la palabra “chocolate” y comprender que se refiere al alimento dulce hecho a base de cacao, el cerebro debe reconocer primero la identidad y la posición de las letras. En una primera etapa del reconocimiento de letras, nuestros ojos envían la información visual de la palabra escrita “chocolate” al cerebro. El cerebro procesa esta información y reconoce tanto las letras individuales que forman la palabra (“c-h-o-c-o-l-a-t-e”) como la posición aproximada que ocupan esas letras en la cadena.
Esta fase inicial donde procesamos la identidad y la posición de las letras tiene dos características aparentemente opuestas, pero que operan en armonía para permitirnos leer.
Rígido y flexible a un tiempo
Por un lado, nuestro sistema lector opera de manera rígida en la identificación de las letras y de sus posiciones, y nos permite no confundir palabras como “gato” y “pato”, aunque lo único que las diferencie sean unos pequeños trazos de una de sus letras. De la misma manera, no confundimos “gato” con “gota” ni con “toga”, aunque sean palabras construidas con las mismas letras en posiciones diferentes.
Gracias a esta rigidez relativa sabemos que la “alergia” no aporta “alegría”, por mucho que sean anagramas.
Pero, por otro lado, un mundo con tantas o más tipografías de letra como personas que escriben nos obliga a tener un sistema lector suficientemente flexible como para reconocer las palabras estén escritas en la forma que sea, al margen de su fuente. Siempre, claro está, que la manera en que estén escritas no sea totalmente confusa o ininteligible.
Leyendo más allá de lo que estamos viendo
Uno de los efectos más cautivadores para los científicos que estudian los procesos lectores, y en general para cualquiera que se pare a pensar sobre ello, es nuestra capacidad para regularizar las fuentes y los estilos de escritura.
Hay una serie de consecuencias interesantes que ilustran esta capacidad: la más evidente es que estemos “ciegos” (es decir, que nos suelan pasar desapercibidos) a los cambios entre mayúscula y minúscula de la misma palabra (“chocolate” y “CHOCOLATE”), e incluso ante versiones que mezclan uno y otro tipo de caja (“CHoCoLatE”).
Los estudios demuestran que, en los estadios iniciales del procesamiento de palabras escritas, los procesos de regularización actúan homogeneizando todas estas versiones para que puedan ser procesadas.
Texto del revés
El segundo efecto que pone de manifiesto la facilidad con la que podemos leer cadenas de texto que no siguen las normas canónicas de nuestra lengua es la lectura en espejo.
Al igual que otras especies, el ser humano ha desarrollado la capacidad evolutiva de procesar las imágenes que ve tanto en su orientación real como en su versión especular, es decir, como si estuvieran reflejadas en un espejo.
Se cree que esta habilidad automática del cerebro responde a una necesidad de adaptación al medio para identificar aquello que vemos lo antes posible, ya que, en última instancia, tanto de perfil derecho como izquierdo, un gato es un gato. Y como podemos presuponer, algo que nuestro cerebro hace de manera espontánea al ver la imagen de un gato, también lo hará al ver la palabra escrita “gato”.
Y siendo así, cabe realmente preguntarse la necesidad de que las ambulancias lleven muchas veces escrita la palabra “ambulancia” invertida en espejo en su parte delantera. Lo hacen para que cuando miremos por el retrovisor podamos leer la palabra escrita de manera canónica o convencional, pero ¿realmente alguien lee algo por el retrovisor mientras conduce?
Efecto L33T
El tercer efecto relacionando con la asombrosa regularización que somos capaces de hacer para leer es el efecto LEET, también conocido como L33T. Es una forma de escribir que utiliza diferentes caracteres para representar letras cuando existe cierto parecido entre ellos.
Por ejemplo, en lugar de escribir “CHOCOLATE”, podríamos escribir “CH0C0L4T3”, y a pesar de que el texto resultante parece algo confuso, nuestros estudios demuestran que somos capaces de leerlo con relativa facilidad. Este efecto ha sido (y sigue siendo) muy utilizado para tratar de hacernos llegar información por internet saltándose los filtros de protección de correo no deseado (“L0TERÍ4”, “S3X0”). Y esto se debe a nuestra habilidad para reconocer patrones y leer incluso cuando no hay letras.
Quitamos lo superfluo
Y el último efecto que nos puede ayudar a entender la casi ilimitada capacidad de regularización en la identificación de letras durante la lectura es el efecto de la adición de signos diacríticos innecesarios.
En español, y más allá de la virgulilla de la letra “ñ”, de la diéresis en la “ü”, y de los acentos ortográficos sobre las vocales (“á”, “é”, “í”, “ó”, “ú”), no utilizamos muchos más signos diacríticos.
Pero como hemos demostrado en este estudio, gracias a un caso extremos de regularización, los lectores expertos procesamos “ČHÖĆÕLĀTĖ” sin apenas dificultad. A pesar de que su ortografía parece complicada, nuestro cerebro es capaz de procesar la información y entender la palabra correctamente de manera muy similar a como lo haríamos con la palabra “CHOCOLATE”. Y es por ello por lo que cada vez se utiliza más este pequeño nuevo truco para distribuir por internet productos o actividades tratando de evitar los filtros (“LŌTĖRÍÄ”, “ŠĒXÖ”).
Una capacidad fascinante
En definitiva, la capacidad de lectura es fascinante y compleja. Desde la identificación de la identidad y la posición de las letras, hasta la regularización de fuentes y estilos, nuestro cerebro realiza todo tipo de procesos en milisegundos para que podamos comprender el significado de las palabras escritas. Al fin y al cabo, si nos gusta, compraremos “chocolate”, “CHoCoLatE”, “CH0C0L4T3” o “ČHÖĆÕLĀTĖ”.
Jon Andoni Duñabeitia, Director del Centro de Investigación Nebrija en Cognición (CINC), Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Fotografía: Nathaniel Shuman / Unsplash