El decálogo de Amber Case por un buen uso de la tecnología

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La antropóloga Amber Case es la líder visible del movimiento calm technology o “tecnología calmada”. Este aboga por un uso más racional de la tecnología. Estudiosa de la interacción entre máquinas y humanos, se define a sí misma como cíborg (aunque no alcance la robotización de Moon Ribas).

En sus recientes publicaciones, con foco en el libro ‘Calm Technology’ (2015), establece un decálogo de ocho puntos que abre la posibilidad a un futuro más humano en el que las máquinas sean un apoyo en lugar de un fin en sí mismo. Así ve Case el futuro de la tecnología.

La tecnología debe requerir el menor tiempo de atención posible

Amber habla a menudo del tiempo que requiere la tecnología para interactuar con nosotros. Pensemos en cualquier otra herramienta, como un martillo. Cuando dejamos de usarlo, lo guardamos y este no demanda nuestra atención. Sin embargo, parece difícil hacer lo propio con herramientas más avanzadas.

De hecho, caminamos hacia una economía de la atención con el binge-watching de Netflix como exponente visible y con un entramado complejo al que Evgeny Morozov bautizó como “feudalismo tecnológico”. Si no estamos usando una máquina, ¿necesitamos tenerla todo el tiempo en la mano?

Que informe y aporte tranquilidad

¿Cuántas veces hemos sentido agobio por los dispositivos? En algunos casos atípicos, como los de David Walberg y Gaby Cohen, las pulseras de actividad fueron un aliciente para jugarse la vida. Se supone que estos objetos están ahí para ayudarnos, como ocurre con el bucle magnético.

Sin embargo, hay gente que decide vivir sin WhatsApp para poder estar más tranquilo. Aquí la usabilidad de las máquinas y sistemas aún tienen mucho que mejorar, y estos han de diseñarse no para ser irresistibles y dejar a gente enganchada, sino para ser útiles.

Tecnología que no sature nuestra atención

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Amber Case menciona en varias ocasiones en sus libros y ponencias la “periferia” como un lugar perfecto para insertar información. A menudo lo compara con la periferia visual, ese arco angular que “no usamos” para mirar directamente.

Pensemos en las luces del semáforo, que no están colocadas en la línea visual del conductor o peatón. O los navegadores, a los que les ocurre lo mismo en la luna del vehículo. Como los head-up display, la información ha de colocarse a nuestro alrededor para tener acceso a ella sin que necesite ocupar toda nuestra atención.

Máquinas que nos potencian en lugar de superarnos

No son pocos los autores que dicen que competir contra las máquinas es absurdo. Nosotros ganamos en creatividad (de momento) y ellas en potencia de cálculo. Lo óptimo es que nos complementemos mutuamente para sacar lo mejor de cada cual, en lugar de enfrentarnos.

Como ejemplo, formarse durante años en una habilidad que sabemos que puede hacer una máquina, como calcular, genera una fricción innecesaria. A medida que pasa el tiempo numerosas habilidades caen en el saco de las máquinas. A veces trabajos completos como los ascensoristas.

Tecnología que no suplante nuestra forma de comunicar

Case no está muy a favor de las voces sintéticas de los asistentes virtuales porque podrían, en cierto modo, sustituirnos. Ya estamos viendo los primeros efectos de tecnología similar. ¿Podrían las máquinas humanizadas reemplazar a amigos y familia? Podemos pensar que no hasta que lo observamos alrededor.

Si los robots se identifican como tales y guardan distancia con nosotros, será más improbable. Ninguno tenemos especial cariño al frigorífico a pesar de su magnífico trabajo manteniendo la comida en condiciones saludables. Por fortuna, de momento hablar con ellos es bastante frustrante.

Máquinas con principio de resiliencia: funcionan aunque fallen

La resiliencia de las máquinas es la capacidad de soportar determinadas circunstancias sin dejar de hacer su trabajo. Como ejemplo, incluso cuando la dirección asistida de un vehículo falla y el motor se detiene, el conductor puede realizar una serie de movimientos clave como dirigir el coche o frenar.

Incluso roto, funciona, y ese es el principio que la antropóloga busca dar a toda la tecnología. Especialmente en dispositivos que cuidan personas o cobots que trabajan codo con codo con humanos, esto es clave.

Minimizar los recursos de los que depende

En España hubiésemos usado la expresión “no matar moscas a cañonazos”. Como ejemplos, recientes estudios sobre redes neuronales han demostrado que estas tienden a ser diez veces más grandes de lo necesario, y que con un 10% de su tamaño son incluso más eficaces.

Si lográsemos hacer esto con buena parte de nuestra tecnología, evitaríamos un despilfarro considerable de recursos: eléctricos, de talento, de coste temporal, etc. Por eso se investiga constantemente en eficiencia. Pese a sus paradojas de aumento de consumo, la alternativa de gastar recursos no es particularmente buena.

Que la tecnología se adapte a la sociedad

Los teléfonos inteligentes son una herramienta maravillosa. Un ordenador en el bolsillo. Sin embargo también están detrás de comportamientos como el phubbing. Para hacer un uso Love de la tecnología, esta ha de adaptarse a nosotros, y no al revés.

Es decir, que la tecnología se convierta en un complemento en lugar de un corsé. Case es muy crítica al respecto y aboga por dispositivos que se alineen con los valores sociales del lugar en que se usen. No cabe duda de que las máquinas nos cambian, pero que no elijan por nosotros.

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Imágenes | Aaron Parecki, iStock/Lindrik

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